Ciclismo antiguo
Bernardo Ruiz fue el primero en muchas cosas
Muchas cosas inéditas para el ciclismo español tuvieron la firma de Bernardo Ruiz
En nuestra mente bullen varios nombres que son merecedores de un justo elogio a la hora de plasmar estas líneas. El Tour de Francia, por su categoría, es la prueba por excelencia que siempre ha marcado la pauta de los acontecimientos ciclistas. Esta vez nos queremos centrar evaluando la figura de este forjador de kilómetros llamado Bernardo Ruiz, cuya semblanza deportiva girará ante un hecho que tuvo mucho eco en el mundo internacional de la bicicleta, aunque en estas páginas lo trataremos de una manera un tanto simplificada.
Queremos, con todo, dar constancia de los logros alcanzados en el Tour de Francia, algo que para nosotros tuvo en su tiempo una trascendencia de gran alcance a favor de nuestro ciclismo.
Un historial de prestigio
Bernardo Ruiz Navarrete nació en la histórica población de Orihuela, en el año 1925; en una calle denominada San Francisco, al pie de la Sierra de La Muela, un lugar muy popular situado en tierras alicantinas.
El Tour, queramos o no, es la competición que da más fama y popularidad al ciclista. Constituye el trampolín de mayor proyección mundial. No hay competición más loable y a la vez más fructífera en su cometido.
Aunque Bernardo Ruiz ya había conquistado buenos laureles en nuestro país, su verdadero prestigio lo alcanzó en la ronda gala. Fue el punto de partida cara a otras gestas que posteriormente protagonizaron otros varios ciclistas españoles. Fue el que abrió las puertas a nuestro ciclismo, un ciclismo un tanto maltrecho en aquel entonces por la escasa capacidad económica del país y la ausencia de patrocinadores. Bernardo Ruíz fue, en verdad, un arrojado y pundonoroso pionero.
Cabe hacer mención, siquiera como dato informativo inicial, que Bernardo Ruíz de buenas a primeras se dio a conocer en la Vuelta a Valencia por etapas, encuadrado en el equipo del “Frente de Juventudes” y representando a Alicante. Se adjudicó no sólo la prueba en cuestión, sino también el Gran Premio de la Montaña, un título que en aquellos tiempos era sumamente valorado en nuestro suelo patrio. Este primer triunfo logrado de cierta importancia y eco se producía en concreto en el año 1944.
De todas maneras nunca está de más el de que introduzcamos un inciso muy sucinto poniendo sobre el tapete sus victorias más cotizadas que consiguió y que engrosaron en su historial. Cabe destacar especialmente su victoria absoluta en la Vuelta a España (1948) y sobre todo, con anterioridad, su triunfo a todas luces inesperado en la Vuelta a Cataluña (1945), a la temprana edad de veinte años. Poseía otras varias victorias, particularmente en la Vuelta a Valencia (1945 y 1946), Campeonato de España de fondo en carretera (1946, 1948 y 1951) y Vuelta a Los Puertos (1950 y 1951), que damos constancia en un muy breve resumen.
Una competición muy particular
Fue particularmente elocuente su triunfo en la Barcelona-Pamplona (1951), corrida tras moto en dos sectores, con parada y avituallamiento en Zaragoza, bajo un escenario dantesco a causa del viento desencadenado en la zona más desértica de los Monegros y la dureza natural impuesta por la distancia a cubrir de 437 kilómetros. Ignacio Orbaiceta, auténtico navarro y antiguo corredor ciclista, montado en su motocicleta, contribuyó en la sonada victoria del oriolano bajo una estrecha y mutua compenetración. Se dio la circunstancia de que en alguno que otro descenso del recorrido aquel artilugio a motor no daba más de sí. Ruiz se veía obligado a contener su pedaleo en contra de su voluntad y su fuerza sobre los pedales.
Fuimos nosotros testigos afortunados de aquella heroicidad. Recordamos el ruido monótono y tormentoso de los motores. Fue en su conjunto una pesadilla para nuestros oídos. Algo que recordamos perfectamente como si fuera hoy. Sí que aprovecho la oportunidad que me dan estas líneas y singularizo en este párrafo para hacer constatar que esta flamante prueba ciclista fue la primera que pude seguir, como tantas otras que vinieron después, como periodista especializado en todo lo que hacía referencia al deporte de las dos ruedas. Colaboraba abiertamente en el semanario “Vida deportiva”, rotativo desaparecido de años.
Bernardo Ruíz, aquel primer español que pisó podio del Tour
Bernardo Ruiz nos abrió las esperanzas en la esfera internacional. Primeramente, paso previo, con motivo del Tour del año 1951, cuando ganó destacado las dos etapas que finalizaban en Brive (10ª) y en Aix-les-Bains (21ª), victorias que no fueron nada fáciles. Como consecuencia de lo acontecido, aquel fornido ciclista de Orihuela se clasificaría el noveno en la tabla de la clasificación final. Fue un buen presagio a lo que acontecería al año siguiente.
Por vez primera, a Ruiz le cupo el alto honor de ser el primer español en subir al podio, al conquistar un brillante tercer puesto. El vencedor fue el inolvidable ciclista italiano y portentoso campeón, Fausto Coppi, indiscutible ganador con nada menos 28 minutos de ventaja sobre el belga Stan Ockers, que hizo el segundo. Tras Bernardo Ruiz, situado a 34 minutos, quedaron el italiano Gino Bartali, el francés Jean Robic y el otro italiano Fiorenzo Magni, en este orden. Dicen las viejas crónicas que aquel Tour fue alucinante; de los que se han de recordar siempre.
Coppi fue el mejor ciclista de todos los tiempos
En cierta ocasión en un encuentro que tuvimos un tanto distendido, le quise preguntar a Bernardo Ruíz cuál había sido para él el mejor y más admirado campeón del pedal de entre los muchos que él se enfrentó. Bernardo no dudó en afirmarme que por encima de todos los ciclistas con los cuales había competido e incluso mantenido una buena amistad en el mundo de las dos ruedas colocaba a Fausto Coppi como un fenómeno sin igual y con clase incomparable. Era un corredor muy completo que destacó en variadas disciplinas, tanto en las carreteras como en los anillos de los velódromos.
Conclusión final
A modo de colofón final, digamos que Bernardo Ruiz decidió retirarse definitivamente en el año 1958 tras haber competido oficialmente durante catorce largas temporadas luchando contra viento y marea frente a los acontecimientos de la ruta. Su vida como ciclista no le fue ni mucho menos fácil o más o menos cómoda. Era un corredor de temperamento fuerte, con una gran fortaleza física y con una capacidad innata para recuperarse de un día para otro con sombrosa rapidez.
Tuvimos la feliz oportunidad de vislumbrar y vivir muy de cerca sus heroicas gestas. Tenemos ahora un poco la sensación de que nos hubiéramos podido extender un tanto más adentrándonos en la marcada semblanza de Bernardo Ruiz. A lo mejor más adelante, la ocasión vendrá fortuitamente como complemento a lo que hoy hemos hilvanado.
Aún así nos sentimos compensados por haber escrito los que hemos escrito. Quedan, es verdad, demasiadas anécdotas y demás vivencias en el tintero. Sin embargo, nos quedamos reconfortados, porque hemos tratado de situar en justo lugar y al mismo tiempo transmitir la valía desplegada por este corredor que en otros tiempos, repetimos, revitalizó el ciclismo español. Perdura siempre en nuestro interior aquel acontecimiento que supuso el ser el primer ciclista español que pisó el podio de honor en el Tour. Todo un tercer puesto que valió oro y que nos abrió las puertas en el campo internacional.
Nosotros, sumergidos dentro de la caravana multicolor, pudimos percibir de cerca el esplendor desplegado por la figura deportiva que ha representado Bernardo Ruíz y que vale nuestro sincero reconocimiento.
Queríamos invitaros a profundizar en la figura de este grande viendo el Conexión Vintage que Teledeporte dio el pasado hace unos años.
Por Gerardo Fuster
Imagen: Ride Media
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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Gerard
29 de septiembre, 2015 En 20:51
Preciosa crónica, un tanto nostálgica, de la figura de este campeón español de los primeros tiempos del ciclismo, que a los más jóvenes nos va bien conocer…e imitar en la medida de lo posible.