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Mundo Bicicleta

Ciclismo en Flandes, por las rutas que construyeron la fe

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Ciclismo en Flandes JoanSeguidor
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Recortes peregrinos de una ruta que abrió para nosotros la profundidad del ciclismo en la tierra de Flandes

Nos cuentan que el «flandrien» es un ciclista duro, que compite hasta que su rostro se torna irreconocible, que cruza la meta con un brillo especial en la cara y el pelo húmedo, que angula sus brazos, acerca el mentón al manillar y baja la espalda porque no ve más acá del umbral del dolor.

Es un tipo que no se queja, que no mira al cielo cuando pone el pie en la ruta.

El «flandrien» auténtico» calzaba bicicletas de acero de trece kilos, llevaba el tubular a modo de chaleco y desparramaba su capacidad física, que no era poca, por el itinerario.

Kern Pharma

Oudenaarde JoanSeguidor

Ni Toni ni un servidor somos «flandriens», somos en todo caso, admiradores venidos del sur, para acercarnos lo más posible en esas sensaciones originales que cincelaron uno de los ciclistas más idealizados del universo de la bicicleta.

Nosotros no partimos hacia la conquista del Tour de Flandes, en todo caso, ser parte del lugar, donde no es difícil pasar desapercibido si vas en bicicleta.

El cielo está blanco, a veces azul «habéis traído el sol con vosotros» bromean, pero la lluvia nos va a respetar.

El frío flota en el ambiente, es noviembre, mediados, la hoja ha caído, y la que no mecha de ocre un paisaje por lo demás lineal, salpicado de alguna pequeña colina, que seguramente encierre algún adoquinado tramposo.

Son unos cinco grados.

Dries Verclyte, nuestro anfitrión de Cycling in Flanders, nos invita a una ruta por algunos de los parajes que cada año vibran no sólo con De Ronde, también con muchas de las grandes carreras del calendario belga y otras, las menores, que sirven para inocular este amor por el deporte, el paisaje y la tierra que en Flandes se llama ciclismo y que es una cultura que trasciende a lo meramente cotidiano.

ciclismo en flandes ruta en bicicleta JoanSeguidor

Los primeros kilómetros nos llevan de Oudenaarde hacia la base del Oude Kwaremont.

«Recibiréis un gratificante masaje y gratis» bromea Dries que aprovecha para señalar al horizonte: «Ahí, donde ese pequeño campanario blanco, tienes la cima del Koppenberg».

El ciclismo en Flandes es relajante: rodar sin más intención que respirar su aire, cortante por el frío, algo reseco, estamos a unos 100 kilómetros en línea recta de la costa, entremezclado con los «aromas» que vienen de las continuas granjas que dejas a los lados.

Es relajante por que no vamos enfilados en un pelotón con cien lobos jugándose el pan y por que el viento ese día estuvo en calma.

Los elementos también hacen el ciclismo de Flandes.

También lo es por el tráfico, casi inexistente en muchos tramos, con una completa red de carriles exclusivos para bicicletas que dejan ajeno a ese peligro que quita el sueño a muchos ciclistas.

Pronto llegaremos a la base del Oude Kwaremont, desde hace siete años, el punto clave en la decisión del Tour de Flandes, desde el momento que instaurara el circuito que actualmente decide la carrera.

Es una subida de dos tramos, unidos por un falso llano intermedio.

En él adivinamos que los laterales permiten «navegar» ajenos al adoquín, que es molesto, maltrecho, llevando tu ruta a un completo azar.

«Aquí no es tan importante la cadencia, como en los grandes puertos del Tour, aquí hay que tirar de cuádriceps, de fuerza, chepazos, parte central del manillar y para arriba» sugiere Dries en el asfalto que precede la subida.

El adoquinado tiene algo de «panza» por el centro, conviene irse a los lados, pero no mucho para no correr la suerte de Peter Sagan, a cuarenta por hora, cuando se enganchó a la valla y se fue al suelo Naessen y Van Avermaet con él.

Fue en la edición que ganó Gilbert, cincuenta kilómetros escapado, desde la escabechina de Boonen en la capila, Geraldsbergen, emblema que no podemos visitar, pues queda algo más alejado.

El Kwaremont queda atrás y viramos hacia el Paterberg

Si el primero se va a más de dos mil metros, éste no llega a los 400.

En su base, momentos antes de abordarlo, a nuestra derecha dejamos una granja, una más, podríamos pensar, per ésta es curiosamente de un animal andino, de llamas ¿qué haría ahí?

El Paterberg es un espejismo, una recta en mejor estado que el Kwaremont que parece una rampa de despegue, que gana desnivel según subes.

La inclinación final brilla, el sol ciego del otoño, casi invierno, flamenco, ilumina pero no calienta, le da al lugar un aspecto onírico que nos distrae de la verdadera dureza de la rampa.

En la cima del Paterberg tomaremos ruta a la izquierda, deshacemos por otra carretera el camino hecho, porque Flandes en estos lados, es estrecho, íntimo y revirado, un sorteo de curvas y contracurvas que pone en ventaja a la gente del lugar, de ahí que dos tercios de las ediciones De Ronde hayan sido para ciclistas del lugar.

De Ronde: Si el Kwaremont ha sido el muro + frecuentado el Paterberg tiene el desnivel + pronunciado, un 20,33% en su aliento final


Dries nos pone al corriente, vamos camino al Koppenberg.

Sobre el Kopperberg alecciona: «Ninguna otra carrera lo cruza, sólo el Tour de Flandes y eso que estuvo varios años sin subirse. Es sin duda el tramo más duro y en peor estado de todos los de la zona«.

Si una subida ilustra el ciclismo en Flandes es el Koppenberg.

Y así nos sumergimos en esa atmósfera que estrecha, recargada, no diría que asfixiante, pero sí mística, oscura, con recodos ponen en alerta nuestra máquina, una suerte de «toro bravo» que no se deja domar.

El Koppenberg es salvaje, el espacio es el que es, escaso y la estrechez obliga a ser certero en la trayectoria, más si eres parte de la manada de lobos que opta a la gloria en la meta de Oudenaarde.

Su pico de pendiente rebasa el 19%.

Ciclismo en Flandes Koppenberg JoanSeguidor

Nos sentimos «flandriens», no tanto por nuestro rendimiento, como por formar parte del paisaje, participar de la tortura de un firme hostil, cuyo hormigueo te acompaña durante los primeros metros de llano que siguen cada adoquinado.

Pero al ciclista medio le gusta sentir ese dolor que le aproxima sus ídolos, en un escenario que tiene árboles por techo y restos del reciente Koppenbergcross, el de «todos los santos» que tuvo lugar días atrás.

Coronar su recta final es haber atravesado el tramo más auténtico de De Ronde, un espacio para la ensoñación que habla de lo complicado que es todo esto para un pro.

«Decididamente son de otra pasta» convenimos arriba.

La ruta, perfectamente señalada de forma perenne, prosigue hacia la calle del Tour de Flandes.

La sucesión de ganadores escritos en el suelo, con su año, nos advierte de lo trascendente del lugar.

ciclismo en Flandes estatua creador del Tour de Flandes JoanSeguidor

Antes de llegar a la mitad, el memorial de Karel Van Wijnendaele recuerda al creador de la carrera, hace más de cien años, siguiendo el patrón de otras grandes competiciones ciclistas: ante la necesidad de contenidos que ayudaran a vender más diarios, se organiza una carrera que no era otra cosa que una vuelta a Flandes, en el más estricto sentido de la palabra, con salida y llegada a la ciudad de las tres torres, Gante.

324 kilómetros tuvo aquella locura en 1913, años previos a la Gran Guerra que tantos capítulos se cobraría en los campos de Flandes, los que hoy mecen el mejor ciclismo del mundo.

La ruta prosigue por las flechas del Tour de Flandes dirección la cota favorita de Tom Boonen, ahí donde siempre gustaba tensar la cuerda.

El Taaienberg es una recta de medio kilómetro en la que la primera selección tenía lugar.

El sitio de Tom, el corredor que venera una esta región entregada al ciclismo, el digno portador del tesoro que un día guardó Johan Museeuw, como Stijn Devolder, como Peter Van Petegem y esos contemporáneos que un día nos abrieron la puerta de ese sueño que es el ciclismo en Flandes por un viaje que justo acaba de comenzar.

Continuará…

 

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Mundo Bicicleta

Del alma de Flandes a la grandeza de Roubaix, por Eduardo Chozas

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Vamos de Flandes a Roubaix a través de la experiencia en primera persona

El otro día preguntamos en el podcast una pregunta que sonó a ¿papá o mamá? sobre Flandes y Roubaix…

Sobre estas dos clásicas, Eduardo Chozas nos dejó unas líneas de sus vivencias hace más de 30 años, cuando estas carreras eran algo así como ese castigo que te infligían…

Hay cinco clásicas consideradas como monumentos del ciclismo: la Milán-San Remo, el Tour de Flandes, la París-Roubaix, la Lieja-Bastogne-Lieja y el Giro de Lombardía. De estas cinco, son especiales por la dificultad añadida que entrañan sus tramos extremadamente estrechos y adoquinados: Flandes y Roubaix. Estás dos clásicas no son aptas para cualquier ciclista, sólo hay unos pocos que pueden destacar en este tipo de pruebas.

En la París-Roubaix, Roger De Vlaeminck (1972, 1974, 1975, 1977) y Tom Boonen (2005, 2008, 2009, 2012), con cuatro victorias cada uno, son los ciclistas que más veces han conquistado el “Infierno del Norte”. Y Fabian Cancellara con tres victorias (2006, 2010, 2013) se ha acercado.

Los “Leones de Flandes” más recientes son Johan Museeuw con triunfos en 1993, 1995 y 1998; Tom Boonen 2005, 2006 y 2012 y Fabian Cancellara 2010, 2013 y 2014.

Es un espectáculo ver a Fabian “Sapartacus” Cancellara. En 2013 ganó las dos clásicas del pavé por excelencia, Flandes y Roubaix. En Flandes lo hizo por su centenario y la Roubaix en su 117º edición. Hablamos de la clásica por excelencia, del infierno del norte, la creó en 1896 Paul Rousseau con el apoyo del diario Le Veló. Sin saberlo configuraron esta carrera de tal forma que la convirtieron en un grandioso monumento, una carrera cuya característica principal es que no suele haber ningún ciclista que no tenga ninguna avería o caída a lo largo de todo el recorrido.

La historia sigue y 17 años después, en 1913, Karel Van Wijnendaeleque, un ciclista mediocre, que después fue periodista, creó otra carrera especial: el Tour de Flandes. Otra auténtica obra de arte que apasiona  cien años después de su creación a todos los aficionados del mundo, una prueba que se ha convertido en una religión para el ciclismo de los Países Bajos, llenando de banderas de Flandes los muros adoquinados. Hablamos de un espectáculo para los sentidos y un verdadero reto para los ciclistas. Algunos de sus muros adoquinados como el Koppenberg, con rampas del 20% no quieren saber nada con la tecnología, incluso los cambios electrónicos, súper sensibles al tacto, no son buenos compañeros de viaje en estas carreras.

Van Wijnendaeleque quiso hacer una gran carrera como la París-Bruselas y la París-Roubaix ya famosas en la época. ¡Vaya si lo consiguió! el año de su muerte, en 1961 dijo: “En 1913 el Tour de Flandes era una carrera pequeña y miserable y se ha convertido en un titán” y 100 años después “De Ronde van Vlaanderen” su nombre en Flamenco, es un auténtico monumento del ciclismo.

En 1919, después de la 1ª Guerra Mundial se creó un nuevo recorrido más o menos similar al que conocemos hoy en día, incorporando los muros, como el famoso Oude Kwaremont. La carrera comenzó a crecer, en 1923, el suizo Sutter Heiri fue el primer extranjero en ganarla.

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En las dos últimas ediciones se ha quitado el Kapelmuur, ubicado en Geraardsbergen, localidad que queda lejos del eje central de la zona de los muros más famosos cercanos a Oudernarde, donde está ubicado nuevo final de la prueba y el Museo del Tour de Flandes. El Kapelmuur ha sido el escenario del desenlace final de muchas ediciones y existe un sentimiento de frustración para muchos aficionados con su ausencia, aunque el nuevo diseño con varios pasos por el Oude Kwaremont y el Paterberg hace que los aficionados se concentren en esa zona y vean los 3 pasos al principio, mitad y final de carrera, la prueba no pierde en dificultad y gana en otros aspectos organizativos y de eficiencia.

Este ciclismo en Bélgica y Holanda es más que un deporte, es parte de su cultura. Es impensable que en España se pague por ver en situ este tipo de carreras, de momento habría que diseñar alguna prueba de un día similar, las que hay se quedan muy lejos de ellas, el aficionado belga y holandés paga incluso por ver los critérium de después del Tour, van a ver los Seis Días en pista y las pruebas de ciclocross en invierno pagando: su cultura ciclista es impresionante. Tanto es así que la leyenda se sigue forjando cada año, en 2012 pudimos ver a un niño belga clamando al cielo con el triunfo de Boonen en 2012. Y para el recuerdo fue la exhibición de Cancellara dejando clavado a Peter Sagan en el Paterberg en 2013.

Corrí  Flandes los dos mismos años que Roubaix. Creo incluso que en 1990 fui el primer corredor español en acabarla, no estoy seguro de este dato que me comentó un amigo mío. La anécdota es que me ayudó el uzbeko Adujaparov, quien me vio más perdido que un burro en un garaje y entre muro y muro, por esos tramos estrechos de hormigón en los que íbamos al límite, se abría y me dejaba ponerme a su rueda, no nos entendíamos mucho con palabras pero si con los gestos y con los hechos, desde entonces no llevamos muy bien. Conseguí acabar entorno al puesto 50 en un tercer grupo los años 90 y 91 con la ONCE. Acabar en nuestras circunstancias, esos años, ya era un logro.

Por Eduardo Chozas

Imagen: A.S.O./Pauline Ballet

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Destacado

De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia

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Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después

La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?

Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….

Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.

Kern Pharma

Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.

Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.

Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.

Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.

Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.

Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.

Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.

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Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.

En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.

Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.

Por Unai Yus

Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain

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Las gran fondo by Rose Bikes…

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Mundo Bicicleta

Col de Turini, del motor al Tour

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El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul

En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini

Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.

Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.

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Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.

Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.

Y llegamos al Col de Turini…

Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.

Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.

Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.

De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.

Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.

Ya veremos.

Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.

Un puerto de cine.

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El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».

A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.

Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.

Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.

El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.

Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.

La legendaria generosidad de René Vietto

¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…

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Ciclismo antiguo

Mende siempre será la cima Jalabert

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Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain

Ese año 1995 estaba siendo el año de Jalabert, la brutalidad más grande jamás vista y Mende entraría en la geografía del éxito del francés.
Cuando hablamos con él durante el confinamiento, la verdad es que le daba bastante igual que le llamaran «cima Jalabert

Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?

«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»

Mende es un lugar insertado en el Macizo Central francés que sea como fuere para los siglos quedará como la cima Laurent Jalabert.
La inequívoca figura del mejor ciclista galo de los últimos 20 años fue aquel día de julio del 95 el cuchillo que resquebrajó la resistencia de Miguel Indurain y los suyos en una de las jornadas que quedaron grabadas a fuego en nuestra conciencia.
La pizarra del entonces rosáceo equipo de la ONCE echó humo en aquella travesía por los montes de Lorèze ataviando el mejor ataque que jamás sufriría Miguel. Con la sapiencia de que cerca de meta era tarea imposible importunar al titular del maillot jaune, la cosa quedó en mover la carrera desde lejos, tanto que 200 kilómetros se hicieron cortos.
La fuga que hizo temblar los cimientos del Tour la integraron tres ONCE más otros tantos italianos.

 

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A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.

Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.

En Banesto no daban crédito.

Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.

En la subida final Jaja se deshacía de todos sus rivales.
En la recta del aeródromo, un 14 de julio, al cielo, el de Mazamet sumaba una victoria antológica, algo no visto desde que Chiapucci se armara de valor hacia Sestriere.
A aquellos que nos empañaron la mirada aquel día.
Muchas gracias.
Imagen: Graham Watson

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