Mundo Bicicleta
Entrenar con frío vale por dos
Cuando el frío más arrecia, el ciclista pone más a prueba su fe
¿Frío yo? ¡Nunca!
¡Hoy salimos!
Primer sábado de enero, primer día de invierno riguroso.
No se equivocaron los hombres del tiempo, no, y la anunciada ola de frío polar ha entrado por el norte del país puntualmente, tal y como habían pronosticado.
La bajada de temperaturas es brutal, vamos, que hace un frío que pela, un frío del carajo.
Pero… ¿quién dijo miedo?
La temporada cicloturista de mi club, con su calendario de salidas, acabó el último sábado de noviembre, pero estos meses de enero y febrero, hasta el primer fin de semana de marzo, se sigue saliendo igualmente, en el punto habitual de encuentro, a las 8.30 horas en punto.
Se espera cinco minutos de cortesía y… ¡a correr!
Eso sí, para que no haya confusiones y buscando el «calor» de la costa, los sábados se van alternando los recorridos: un fin de semana se va hacia el norte, el Maresme, y al otro dirección al sur, el Garraf, para almorzar en alguna de las «cálidas» terrazas al sol de las turísticas y pintorescas poblaciones que iremos encontrando por el camino, como Sitges, muy cerca todas ellas de la playa, recorridos los cuales podremos recortar o alargar a nuestro antojo.
De todas formas hoy algunos valientes nos vamos a ir hacia el interior: queremos subir a Montserrat, aunque ya veremos, hace mucho, mucho, frío.
He abierto la ventana y la primera sensación casi me congela el alma: «sí que hace frío, sí, brr…».
La verdad es que ahora llega una época, cuando el pleno invierno se hace notar y de qué manera, para el «disfrute» de los que gustan de esta estación y de sus inclemencias típicas de estos meses: frío y frío extremo, nieve, viento, lluvia y hasta barro si es necesario: son nuestros clasicómanos.
Yo, la verdad, llevo unos años que sobrellevo mucho mejor el frío que el calor.
Serán los años -los años que tengo, claro- pero ahora casi lo prefiero, ya que con la ropa de la que disfrutamos hoy en día, con los tejidos que se fabrican, aptos para cualquier destemplanza, es más fácil echarse a la carretera, bien abrigado.
Lejos quedan aquellas temporadas en las que muchos colgábamos la bici «hasta el año siguiente», pero en la actualidad ya no hay excusa para seguir pedaleando incluso en invierno, por muy crudo que sea.
En mi caso, además, llevo unos años en los que me he curtido bien «la piel» con las asperezas invernales en jornadas memorables rozando los cero grados en el Pirineo, o bajo el intenso granizo -del tamaño de canicas- que sufrimos no hace mucho en las montañas de Ayora, o bien el recuerdo que tengo de un descenso épico, en pleno mes de diciembre, de los Rasos de Peguera a… ¡–6ºC!
Sí, seis grados bajo cero, con lo que la sensación térmica bajando no quiero ni saberla, pero seguro que muy por debajo de los –10ºC, bastante más, diría yo.
Creo que en mi vida había pasado tanto frío.
El aire helado me cortaba la cara y, a pesar de mi indumentaria, el congelado viento del descenso se intentaba colar por donde podía.
Aquel día había subido en compañía de otros amigos, como Claudi y nuestro estimado fotógrafo Sergi, para cubrir un reportaje de los Rasos de Peguera nevados en diciembre, algo espectacular «sólo para nuestros ojos», con aquellas montañas nevadas, ascendiendo por una carretera con las laderas completamente blancas.
Fue un día precioso, gélido pero encantador, y a pesar de aquel descenso infernal guardo un buen recuerdo (¿te acuerdas, Claudi?).
En esa jornada «de trabajo» creo que me vacuné para siempre contra el frío.
Iba bien abrigado, pero la temperatura tenía que ser tan brutalmente baja que al llegar al coche, que tenía aparcado en Berga, recuerdo que me metí y puse la calefacción a tope.
No arranqué hasta que no entré en calor.
A continuación de estas frescas anécdotas que os he contado, hoy por fin, después de vestirme bien… ¡salgo!
La verdad es que antes tardaba más en hacerlo, en esta cruda época, cuando tenía que ir colocando sobre mi piel, capa sobre capa, toda la ropa que me preparaba, que era bastante.
Ya se sabe, la técnica de la cebolla para intentar sobrellevar el intenso frío.
Esto ya no es necesario con las prendas específicas que disponemos en el mercado.
De todas formas mientras pedaleo calle abajo, el termostato que es mi nariz ya me va avisando de que la temperatura es muy baja, y al cruzarme con el termómetro de la farmacia de mi barrio se confirma, ya que marca unos “preocupantes” –2ºC.
No son todavía las 8 de la mañana y es casi de noche, aunque ya se ven las primeras luces de la jornada.
Me dirijo a la plaza, lugar de reunión del grupo, y ya se respira un gran ambiente, frío, pero gran ambiente, entre tanto ciclista que, a estas horas de la mañana, van tapados hasta las orejas y es difícil reconocer a alguien.
El vapor que sale de las bocas de mis amigos y compañeros, charlando entre ellos, da un toque aún más invernal a los preparativos de la salida.
Comenzamos a pedalear, con suavidad.
Las piernas aún no van finas, pero a medida que el sol va levantando, vamos entrando en “calor” y ya casi no te acuerdas del frío, a pesar de que mi reloj marca 1ºC y que durante buena parte de la matinal no superaremos nunca los 3 ó 4ºC.
Después de dejar atrás la ciudad, continuamos pedaleando, arropados dentro del gran grupo, por una preciosa y estrecha carretera, convertida en una auténtica alfombra de hojas y junto a una acequia que riega los campos de cultivo que nos rodean que, a estas horas, están cubiertos de un manto blanco, completamente helados.
Los huertos van dejando paso a frondosos bosques de pino blanco y encina, donde el olor del frío húmedo se deja sentir plenamente.
A medida que vamos cogiendo cierta altura disfrutamos de las magníficas vistas del Pla del Bages y de Montserrat, e incluso a lo lejos de los bellos picos nevados del Pirineo.
Como muchos comentaban hoy, no hay mejor manera de preparar la temporada:
¡con una salida de éstas estás vacunado para toda la temporada!
Dibujo: Juan Manuel Escrihuela
Mundo Bicicleta
Del alma de Flandes a la grandeza de Roubaix, por Eduardo Chozas
Vamos de Flandes a Roubaix a través de la experiencia en primera persona
El otro día preguntamos en el podcast una pregunta que sonó a ¿papá o mamá? sobre Flandes y Roubaix…
Qué prefieres❓
Y por qué ❓— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) March 29, 2024
Sobre estas dos clásicas, Eduardo Chozas nos dejó unas líneas de sus vivencias hace más de 30 años, cuando estas carreras eran algo así como ese castigo que te infligían…
Hay cinco clásicas consideradas como monumentos del ciclismo: la Milán-San Remo, el Tour de Flandes, la París-Roubaix, la Lieja-Bastogne-Lieja y el Giro de Lombardía. De estas cinco, son especiales por la dificultad añadida que entrañan sus tramos extremadamente estrechos y adoquinados: Flandes y Roubaix. Estás dos clásicas no son aptas para cualquier ciclista, sólo hay unos pocos que pueden destacar en este tipo de pruebas.
En la París-Roubaix, Roger De Vlaeminck (1972, 1974, 1975, 1977) y Tom Boonen (2005, 2008, 2009, 2012), con cuatro victorias cada uno, son los ciclistas que más veces han conquistado el “Infierno del Norte”. Y Fabian Cancellara con tres victorias (2006, 2010, 2013) se ha acercado.
Los “Leones de Flandes” más recientes son Johan Museeuw con triunfos en 1993, 1995 y 1998; Tom Boonen 2005, 2006 y 2012 y Fabian Cancellara 2010, 2013 y 2014.
Es un espectáculo ver a Fabian “Sapartacus” Cancellara. En 2013 ganó las dos clásicas del pavé por excelencia, Flandes y Roubaix. En Flandes lo hizo por su centenario y la Roubaix en su 117º edición. Hablamos de la clásica por excelencia, del infierno del norte, la creó en 1896 Paul Rousseau con el apoyo del diario Le Veló. Sin saberlo configuraron esta carrera de tal forma que la convirtieron en un grandioso monumento, una carrera cuya característica principal es que no suele haber ningún ciclista que no tenga ninguna avería o caída a lo largo de todo el recorrido.
La historia sigue y 17 años después, en 1913, Karel Van Wijnendaeleque, un ciclista mediocre, que después fue periodista, creó otra carrera especial: el Tour de Flandes. Otra auténtica obra de arte que apasiona cien años después de su creación a todos los aficionados del mundo, una prueba que se ha convertido en una religión para el ciclismo de los Países Bajos, llenando de banderas de Flandes los muros adoquinados. Hablamos de un espectáculo para los sentidos y un verdadero reto para los ciclistas. Algunos de sus muros adoquinados como el Koppenberg, con rampas del 20% no quieren saber nada con la tecnología, incluso los cambios electrónicos, súper sensibles al tacto, no son buenos compañeros de viaje en estas carreras.
Van Wijnendaeleque quiso hacer una gran carrera como la París-Bruselas y la París-Roubaix ya famosas en la época. ¡Vaya si lo consiguió! el año de su muerte, en 1961 dijo: “En 1913 el Tour de Flandes era una carrera pequeña y miserable y se ha convertido en un titán” y 100 años después “De Ronde van Vlaanderen” su nombre en Flamenco, es un auténtico monumento del ciclismo.
En 1919, después de la 1ª Guerra Mundial se creó un nuevo recorrido más o menos similar al que conocemos hoy en día, incorporando los muros, como el famoso Oude Kwaremont. La carrera comenzó a crecer, en 1923, el suizo Sutter Heiri fue el primer extranjero en ganarla.
En las dos últimas ediciones se ha quitado el Kapelmuur, ubicado en Geraardsbergen, localidad que queda lejos del eje central de la zona de los muros más famosos cercanos a Oudernarde, donde está ubicado nuevo final de la prueba y el Museo del Tour de Flandes. El Kapelmuur ha sido el escenario del desenlace final de muchas ediciones y existe un sentimiento de frustración para muchos aficionados con su ausencia, aunque el nuevo diseño con varios pasos por el Oude Kwaremont y el Paterberg hace que los aficionados se concentren en esa zona y vean los 3 pasos al principio, mitad y final de carrera, la prueba no pierde en dificultad y gana en otros aspectos organizativos y de eficiencia.
Este ciclismo en Bélgica y Holanda es más que un deporte, es parte de su cultura. Es impensable que en España se pague por ver en situ este tipo de carreras, de momento habría que diseñar alguna prueba de un día similar, las que hay se quedan muy lejos de ellas, el aficionado belga y holandés paga incluso por ver los critérium de después del Tour, van a ver los Seis Días en pista y las pruebas de ciclocross en invierno pagando: su cultura ciclista es impresionante. Tanto es así que la leyenda se sigue forjando cada año, en 2012 pudimos ver a un niño belga clamando al cielo con el triunfo de Boonen en 2012. Y para el recuerdo fue la exhibición de Cancellara dejando clavado a Peter Sagan en el Paterberg en 2013.
Corrí Flandes los dos mismos años que Roubaix. Creo incluso que en 1990 fui el primer corredor español en acabarla, no estoy seguro de este dato que me comentó un amigo mío. La anécdota es que me ayudó el uzbeko Adujaparov, quien me vio más perdido que un burro en un garaje y entre muro y muro, por esos tramos estrechos de hormigón en los que íbamos al límite, se abría y me dejaba ponerme a su rueda, no nos entendíamos mucho con palabras pero si con los gestos y con los hechos, desde entonces no llevamos muy bien. Conseguí acabar entorno al puesto 50 en un tercer grupo los años 90 y 91 con la ONCE. Acabar en nuestras circunstancias, esos años, ya era un logro.
Por Eduardo Chozas
Imagen: A.S.O./Pauline Ballet
Destacado
De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia
Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después
La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?
Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….
Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.
Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.
Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.
Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.
Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.
Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.
Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.
Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.
Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.
En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.
Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.
Por Unai Yus
Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain
INFO
Las gran fondo by Rose Bikes…
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
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