Ciclismo antiguo
Lo de Cochise era fuerza bruta y no la astucia
Cualquier crónica de ciclismo colombiano debe incluir el nombre de Cochise
En estos tiempos posteriores campeonatos mundiales es inevitable hablar de “Cochise”.
Martín Emilio Rodríguez, alias “Cochise” y antes de eso alias “La Mula”, ese fenomenal rutero y pistero colombiano al que muchos consideran el verdadero precursor de los escarabajos, el primer colombiano que ganó algo en una gran vuelta –dos etapas del Giro–, ese grandulón de Medellín que fue, también, campeón mundial de persecución individual en Varese, Italia.
Dicen que él mismo escogió su apodo, en honor al jefe indio de una película de vaqueros con la que vivía obsesionado, un apodo que al final le impuso al mundo entero, cuando eran los locutores quienes bautizaban al corredor, y no al revés. Eso ya dice mucho de la porfía del personaje.
La realidad pionera de Cochise
No es cierto que Cochise fuera el primer colombiano que se abriera paso en los equipos europeos, pues el verdadero pionero fue su amigo Giovanni Jiménez, que llegó antes a los equipos belgas y corrió más años en Europa.
Cuando Cochise llegó al viejo continente ya estaba “desbarnecido”: había perdido su barniz, como me dijo una vez su compañero, rival y amigo inseparable Javier “Ñato” Suárez, muy a pesar de ello ganó algunas clásicas y fue un gregario importante de Felice Gimondi.
Cochise arrasó con todo en su tierra
Fue, y sigue siendo, tremendamente popular: cuatro veces campeón de la Vuelta a Colombia, tres veces campeón de la Vuelta al Táchira en Venezuela, una vez ganador del Clásico RCN, subcampeón de la Vuelta a México y vencedor de incontables y clásicas etapas en carreras del país y el continente.
Cochise batió el récord de la hora en un velódromo mexicano y ostenta dos records que nadie ha podido quitarle: sus 39 etapas de la Vuelta a Colombia (la última la ganó en Pereira, mi ciudad, cuando ya casi era un cuarentón) y 12 etapas del Clásico RCN.
La que hubiera podido ser su quinta Vuelta a Colombia la perdió por seis segundos y un error de táctica, porque lo suyo era la fuerza bruta, no la astucia. Lo suyo era ese pedaleo descomunal, esa patada de mula cargada de bultos que trepa con terquedad y contumacia por la montaña. Y eso que no era precisamente el mejor escalador, pero sabía sufrir defendiéndose cuesta arriba. En el llano, en cambio, nadie soportaba su paso.
Sus compañeros todavía dicen que habría podido ganar diez veces la Vuelta a Colombia de haber contado con los equipos, con la suerte y sobre todo con la inteligencia que tuvieron sus rivales.
Por eso cuando el escritor Gonzalo Arango[1] fue a entrevistarlo para escribir una crónica sobre él quedó aterrado con la simpleza del personaje.
“Afortunadamente su cultura patria no se le nota ni por el forro, pues si lo meten de lleno en la sintaxis se caerá del galápago” escribió Gonzalo es ese texto que ya es todo un clásico de la literatura colombiana.
En Europa fue campeón mundial de persecución individual en un velódromo italiano y aquella transmisión, que debería haber pasado a los anales de nuestras anécdotas cómicas, es recordada porque el narrador, el argentino Julio Arrastía Bricca, confundió a los corredores y hasta las últimas vueltas creyó que Cochise perdía la prueba.
Aquel es otro de los rasgos típicos Martín Emilio: siempre ha sido un bromista genial, un “mamador de gallo”, un cuentachistes irremediable que es capaz de colocar una jarra llena de agua encima de la puerta para que quien abra se moje, o que le hace piropos a las jovencitas que aún se arriman a sacarse fotografías y autógrafos cuando lo ven por ahí.
Fue célebre su desfondada en una Vuelta a Colombia trepando desde el río Magdalena hasta Bogotá, y fueron célebres las teorías sobre doping o sustancias extrañas que descontrolaron al corredor, hasta que él mismo zanjó la cuestión años más tarde aclarando que la noche anterior se había comido unos frijoles con chicharrón en la casa de una admiradora, frijoles que lo pusieron “flojo” –en todo sentido– al día siguiente.
Cochise, que había sido huérfano pobre de las laderas de Medellín, después mensajero, después obrero de una fábrica de pantalones y luego ciclista consagrado, se retiró para oficiar como piloto aficionado, político ocasional, mal negociante y amigo de un sinnúmero de personajes, unos con mejor reputación que otros, en la Medellín de los ochenta y noventa, esa ciudad de homicidios desbocados y mafias criminales.
Ahora, cuarenta y tantos años después de aquellas glorias, Cochise es un invitado frecuente de la Vuelta a Colombia, donde sigue al pelotón con la única función de aparecer en las largadas y las llegadas para que la gente se tome fotos con él.
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Es normal que el público no tenga ni idea de cómo se llama el ganador de la etapa o quién es el ciclista que va liderando la Vuelta, pero sí que reconozca de inmediato al viejito grandulón de gafas oscuras que habla a los gritos y saluda a cualquier paisano como si fuera su vecino: ese es nuestro Cochise, el ciclista, el viejo gozador y risueño, el campeón del carisma.
[1] Es una pieza que no tiene desperdicio: https://www.gonzaloarango.com/ideas/cochise.html
Imagen tomada de Así sucedió
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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