Ciclismo antiguo
José Orduña, el tercer hombre
La historia de José Orduña pone el pie en Francia y España
Con anterioridad, en fechas más o menos recientes, tuvimos la oportunidad y el aliciente de poder exponer, aunque fuera brevemente, ciertas pinceladas en torno a los que fueron los primeros pioneros españoles en el Tour de Francia, la prueba más importante con que ha contado y cuenta el deporte de las dos ruedas. Quisimos introducirnos en los albores del Tour, en aquellos primeros tiempos con amagos de leyenda, comentando aquel entramado histórico en relación nuestros ciclistas nacionales. Los primeros que osaron traspasar la frontera para concurrir en esta prueba por etapas de alta solera internacional. Lo hicieron sin apenas recursos económicos y con una simple bicicleta, un raro artilugio que infundía en el corazón de las gentes un oculto respeto.
Antecedentes: José Mª Javierre y Vicente Blanco
Nos vamos a centrar de nuevo en este tema, que llevaron a cabo en otros tiempos algunos corredores españoles, que con intrépida valentía y no pocos esfuerzos se lanzaron un poco a ciegas hacia una aventura juzgada a primera vista como iniciativa un tanto alocada.
Por lo menos así se comentaba en aquel entonces a través de ciertas informaciones periodísticas que cayeron en nuestras manos. Recalquemos de más que aquel ciclismo de entonces en nada se asemeja con el que estamos viviendo en la actualidad, un ciclismo moderno que es otra cosa, un deporte rodado que posee un alto nivel económico de altos vuelos bien respaldado y acolchado por las entidades comerciales y por los organismos oficiales. Aquellos ciclistas de otros tiempos iban por libre y bajo su total responsabilidad.
Ya apuntamos en estas mismas páginas de carácter histórico que los dos primeros pioneros españoles que pisaron territorio francés con ganas de cumplir un objetivo y una ilusión incierta, no fueron otros que el oscense José María Javierre y el bilbaíno Vicente Blanco, los iniciados concurrentes que decidieron por su cuenta y riesgo alinearse en la línea de partida que por tradición tenía lugar en París, la capital de nuestro vecino país. Los dos se inscribieron en la ronda francesa, respectivamente, en los años 1909 y 1910.
Más ciclistas españoles con historia
Siguiendo el consabido orden cronológico debemos seguir unos hechos que involucraron a otros ciclistas hispanos, actores heroicos también, tales como José Orduña, Guillermo Antón, Jaume Janer, Victoriano Otero, Salvador Cardona y algunos otros que iremos introduciendo aquí periódicamente de manera paulatina y acompasada. Queremos afirmar que esta exposición anunciada constará de varios capítulos, que iremos exponiendo al objetivo de que nuestros fieles lectores puedan asimilar y conocer un poco más en torno a estos ciclistas de nuestro entorno peninsular, que plasmaron en rutas de Francia una serie de actuaciones más o menos llamativas que deseamos a toda costa divulgar en bien de nuestro ciclismo.
José Orduña, un ciclista polifacético
Vale la pena dedicar un breve inciso a favor un ciclista, nacido en Madrid, que también tuvo la férrea voluntad de concurrir en plan individual en el Tour de Francia. Nos debemos remontar al año 1919. Tampoco se pudo saldar con éxito su intento. Se vio en la necesidad de abandonar por accidente en el curso de la primera etapa, que tenía final en la ciudad portuaria de Le Havre, ciudad situada en la parte norte del país vecino, que hace muy pocos días fue final de etapa del actual Tour, en donde anotamos la victoria del checo Zdenek Stybar.
Orduña se afincó pronto en nuestro país vecino, consciente de que aquella nación era cuna productiva de buenos corredores ciclistas, una razón de peso para progresar y aprender mejor este duro oficio. Residió primero en París. Llamaba poderosamente la atención el de que ejerciera al mismo tiempo la tarea de corresponsal de la Unión Velocipédica Española (UVE), redactando escritos acerca de la actualidad que se vivía de las dos ruedas. Firmaba sus artículos bajo un seudónimo.
Destacó con preferencia en competiciones más bien en carreras clásicas, es decir, de una sola jornada, consiguiendo meritorios lugares de honor, que merecen ser consignados, tales como en la Saint Michel-París (8º), París-Le Mans (10º), Tours-París (11º) y Burdeos-París (9º), entre otras varias competiciones en las que participó al habitar en territorio galo.
En esta última tuvo la mala suerte de ser excluido posteriormente tras comprobar los árbitros que en el transcurso del itinerario se había equivocado de carretera en un corto trazo de recorrido. Tuvo un gran disgusto, y más tras haber derrochado un enorme esfuerzo, pedaleando durante veintiséis horas sin apenas descanso, horas que constituyeron una verdadera pesadilla, según manifestó a los comentaristas deportivos del lugar. Le quedó en su interior una deprimente frustración por no haber podido cumplir con un caro objetivo que le ilusionaba en gran manera.
Cabe hacer hincapié que en la temporada del año 1920, se alineó en la Volta Ciclista a Catalunya. En su hoja de inscripción figuraba escuetamente su filiación, con nombre y apellidos, y aclarando: “Residente en París”.
Por Gerardo Fuster
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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13 de agosto, 2015 En 10:42
Testimonio anecdótico sobre la figura de Orduña «residente en París», en los albores del Tour, cuando el ciclismo era otra cosa