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Ciclistas

¿Qué quedó de José Miguel Echávarri?

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Qué complicado es abrir un artículo sobre ciclismo en la prensa digital y leer esto:

Entonces la virtud no estaba en una página web, sino en su instinto, en el instinto de José Miguel Echavarri (Abárzuza, Navarra, 1947). Fue el poeta del ciclismo en los ochenta, el hombre que, como en la literatura de Edgar Allan Poe, nos enseñó que la locura es más sublime que la inteligencia. Fue como el profesor que no hubiésemos cambiado por nadie. Al menos, su fachada y su verbo de hombre sabio en el que él sólo jugaba “a equivocarse lo menos posible”. Pero le iluminaban palabras distintas y una vez que lo conocimos, en los ochenta, entendimos que al ciclismo se le podía amar como se ama a una canción.

Podíamos ganar o perder y apasionarnos con aquel Perico Delgado que inventó él. No fue un ciclista. Fue una época. Luego, se reinventó con Indurain y aquellos cinco Tours seguidos, el primero de los cuales, en 1991, cumple 25 años de antigüedad. Hoy, pasados tantos años, Echavarri ya es un hombre jubilado, separado del ciclismo por voluntad propia. Una voz que ya apenas aparece en los periódicos. Quizá por eso cualquier día con él cobra más valor. Vive en Pamplona, donde no ha dejado de montar en bicicleta, sobre todo en Estella, su rincón preferido, que es donde viven sus nietos.

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Hoy, ejerce de abuelo feliz y ya no siente ninguna tentación por volver a ese mundo. Su herencia, sin embargo, perdura para siempre como precursor de un ciclismo que ya no existe. Fue ese ciclismo que nos enseñó a crecer como personas y a apasionarnos como ya nunca más nos apasionaremos. Sólo le podemos culpar de que ya no sea como ayer, de que el Tour del 83 ya no exista o de que él dejase el volante en manos de otros. “La tecnología nos hizo mucho más egoístas”, resume.

El autor es Alfredo Varona. Fue una pieza entrevista previa al Tour que se hizo a José Miguel Echávarri en el Diario Público. Cuando la mediocridad domina muchas perspectivas y nos aburre con su predecible tozudez, tenemos a veces algo que llevarnos a la boca que nos sienta bien. Gracias, porque la calidad de lo escrito hace justicia al personaje y la época de la que hablan. La época de un mocetón navarro que hizo fácil lo que nadie había logrado hasta entonces: abrir un periodo de reinado de cinco años consecutivos en el Tour de Francia.

Hoy hace 25 años España se sacudió de la vieja escuela y se hizo un poco más moderna. En un país en capilla para sus Juegos Olímpicos y Expo sevillana, la digestión de aquella tarde julio de 91 fue algo más inquieta. Miguel Indurain accedía al podio del Tour para vestirse el primer maillot amarillo de la historia, de su historia, en aquel conflicto latente que fue el pulso entre bancos, el que patrocinaba, y patrocina, la carrera, y el que patrocinó al deportista por ver quién le ponía la gorra. La primera foto la hizo con la gorra amarilla, atosigado por las azafatas, las que habrían que venir ya pondría Banesto.

Recuerdo el día, Jaca-Val Louron. No fueron etapas sencillas las anteriores. Ya casi de salida los hombres del Banesto se veían sorprendidos por Lemond y su aureola de campeón que vino de la muerte. Esos días me viene a la memoria un artículo firmado por Pedro González, el locutor de TVE, en el Diario Marca hablando de que siempre que había un corte, los ciclistas españoles estaban atrás. “Todo el año para acabar viendo esto” vino a decir.

La jornada de Val Louron era pues un arma de doble filo, la forma de recuperar el control y un golpe de estado en las mentes de españolas: cuando Miguel Indurain despegó con Claudio Chiapucci en aquel descenso del Tourmalet, nacía la leyenda y se apagaba el mito, Perico, descolgado, minutos atrás, con la certeza de que para él el ciclismo había tocado techo.

Qué ciclismo aquel, que se ganaba con un chaval de la casa, criado desde abajo, con celo y mimo y con las ideas claras, planteando situaciones de riesgo, jugando con los elementos y consiguiendo el objetivo porque no se especulaba ni se mentía al aficionado. Se iba a ganar y se ganaba en medio de una horda de rivales de todo tipo, en un país, Francia, que empezaba a impacientarse con la bajísima de calidad de sus ciclistas, en un ciclismo que aún bebía de épica. Se decía que se iba a ganar y se corría para ello, se ponían los mimbres para ello.

Dice Echávarri que esa tarde de hace 25 años le llamó el secretario de Estado, Gómez Navarro, para saber más de la caída de Perico y la irrupción de Miguel. Echávarri le dijo que “tranquilo, mañana será otro día”, pero sabía de ese mocetón que tenía entre manos y sabía que al día siguiente sería más, que Bugno, Mottet, Lemond y Perico estaban sentenciados.

Echávarri fue camarero antes que ciclista, y ciclista antes que director. Vivió rápido y a los 61 años se fue, pronto muy pronto, sin hacer ruido pero, insisto, pronto. Él que nunca daba un paso en falso, que siempre maquinaba mientras hablaba contigo, no realizó esa renuncia porqué sí, los motivos, como tantas cosas que rodean ese grupo que hoy patrocina Movistar siempre serán una puerta a la imaginación.

Imagen tomada de www.pedrodelgado.com

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Las escapadas ciclistas de Hoteles RH para conocer el paraíso de la bicicleta que es Gandía

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Ciclistas

5 desenlaces de capo en los monumentos

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Ganar en los monumentos es tan complicado, que hacerlo de forma contundente tiene valor doble

Me encanta la expresión italiana de «capolavoro» para retratar esas victorias que dejan huella en el aficionado. victorias que si se producen en alguno de los cinco monumentos valen por dos e incluso por tres, si se logran sin dudas ni titubeos, demostrando superioridad en un entorno de competitividad total.

En estos años creo que han habido jornadas en la que se veía de lejos el ganador.

Los tres Lombardías de Tadej Pogacar o las dos Liejas de Remco Evenepoel están en ese nivel, pero hemos querido ir un poco más allá y recordar esas jornadas en las que el ganador ya se daba por seguro de lejos… 

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La Lieja 2015 de Valverde

Es cierto que las cuatro victorias de Alejandro Valverde en la Lieja-Bastogne-Lieja han sido para enmarcar, en términos de estrategia y sprint en condiciones de fatiga máxima, pero la que gana en 2015 es una exhibición rotunda.

La forma en la que el murciano controló el desenlace, sabiéndose favorito y vigilado, fue suprema, un punto más en su grandeza.

Les controló desde adelante en el Muro de Ans, dejó hacer a Dani Moreno y a 500 metros de meta se fue a por él, cerró el hueco y se dispuso a lanzar el sprint que acabó ganando.

Parece sencillo, porque así lo hace, pero sin duda que la complejidad de esos momentos explica la enormidad de ganar en los monumentos.

La Lieja 2011 de Gilbert

Ese año había un coco en el pelotón  y respondía al nombre y apellido de Philippe Gilbert.

El belga se incrustó entre los dos Schleck y les mantuvo a raya hasta el mismo sprint final.

Nunca hubo opción para los hermanos luxemburgueses, el Gilbert aquel venía de ganar Amstel y Flecha, era favorito y ejerció como tal.

Incontestable.

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La San Remo 2019 de Alaphilippe

Está lejos este Alaphilippe de aquel de hace cinco años, pero es que ese ciclista fue superlativo, en especial aquellos días.

Su rueda estaba marcada, venía de ganar Strade y de batir a los velocistas en un sprint de Tirreno, pero ello no fue suficiente para que ejerciera con solvencia hasta la misma Via Roma.

Jugó, literalmente, con los rivales en una carrera que se precia de ser la más complicada de ganar entre los monumentos.

La Roubaix 2015 de Degenkolb

Qué ciclista aquel John Degenkolb en 2015, antes de aquel maldito accidente entrenando.

Ganador en San Remo, dobló Roubaix a las pocas semanas como Van der Poel el año pasado.

Ese día el alemán sacó remató el córner, quedando cortado en un primer término, pero remontando desde atrás, cogiendo el primer grupo y batiéndoles al sprint.

La San Remo 2014 de Kristoff

El noruego tuvo años muy buenos y en especial en ese ciclo, cuando todo le salía.

Su victoria en la Milán-San Remo fue una exhibición de equipo, con un Luca Paolini de excepción en la Via Roma para dejarle sembrado el camino.

Qué poco estético ha sido siempre Kristoff, con ese casco torcido, pero qué jodida fuerza de la naturaleza cuando estaba inspirado.

Este año, en Flandes y Roubaix, he vuelto a tener esa sensación de asistir a algo único y brutal, el control y aniquilación de competencia que ha ejercido Mathieu Van der Poel en ese sentido, ha rescatado esos momentos en los que ganar uno de los cinco monumentos parece la cosa más sencilla del mundo.

 

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Ciclistas

Mola Pidcock, mola mucho Tom Pidcock

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El pequeño pero curioso bagaje que está construyendo Tom Pidcock no es desdeñable

He leído de quienes han estado cerca de él que Tom Pidcock es gallo, tiene ego, cierto aire de suficiencia e incluso de distancia.

He leído eso y me lo creo, incluso diría, que lo celebro porque en esa expresión sobrada de ciclista top se prolonga una actitud en carrera que sólo puede gustarte, y al final estamos aquí para valorar a esta gente si son buenos o malos ciclistas, no si en la vida cotidiana resultan más o menos amables.

Tom Pidcock siempre ha sido una estrella, mucho antes de pisar el Ineos y destacar en el World Tour.

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Con ese «cuerpo escombro», que diría Alix, ha logrado granjearse éxitos y notoriedad por donde ha pasado, por una forma de correr que no genera indiferencia, más bien todo lo contrario, cualquier amante del ciclismo tiene que estar encantado con lo que hace Tom Pidcock en la carretera.

Él siempre se mueve, arriesga y ataca, e importa más bien poco quién sea el rival.

Lo demuestra cada invierno en ciclocross cuando se mete en las cuitas de Van Aert y Van der Poel, entre los dos, como la cuña que calza una mesa.

Lo evidenció el año pasado saliendo a por Pogacar en Amstel y Remco en Lieja

En ambas ocasiones salió desplazado hacia atrás, pero no se escondió.

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Exactamente igual que ayer en la Amstel Gold Race.

Con la duda de Van der Poel activaría el rodillo, él no espero y se metió en una fuga de «mortales», eso es Hirschi, Benoot, Vansevenant…

No escatimó el relevo, tampoco rehuyó algún «ataquito» por si acaso y en el sprint se sacó la espina de esa llegada de hace tres años, aquí mismo, con Wout Van Aert.

A Tom Pidcock le vemos muchas veces a remolque, cerrando huecos, algo descolgado, pero también le vemos y con la misma intensidad que cuando coge el mando y no se deja nada.

Como dijimos el año pasado tras la Lieja es «Juan sin miedo», ha construido un carisma sólido, y apuntalado por la hinchada anglosajona, basado en presencia en carrera y triunfos, pocos, pero muy buenos.

Imagen: FB Amstel Gold Race

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Ciclistas

El día y la Amstel que merecía Tom Pidcock

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Esta Amstel es un bálsamo para Pidcock e Ineos

Habiendo sido tercero y segundo, a Tom Pidcock no le valía otro resultado que la victoria en la Amstel Gold Race.

Simbólica, en este sentido, la imagen de Tom Pidcock abrazándose con Michal Kwiatkowski en la meta de la Amstel, ganador dos veces aquí, como su los saberes para ganar la clásica de la cerveza se transmitieran en el seno del equipo.

A inicios de año, nos preguntamos en este mal anillado cuaderno cuál sería el día grande de Tom Pidcock este año.

Kern Pharma

¿Cuál sería su Alpe d´Huez o Strade Bianche en 2024?

Pues bien lo ha sido la Amstel Gold Race, la carrera que le negó fortuna a Tom Pidcock mediante dos fuera de serie.

Hace tres años frente a Van Aert, en un photofinish muy discutible y el pasado ante Pogacar, intratable.

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Esta vez Pidcock fue el más listo de la clase.

En una jornada en la que Mathieu Van der Poel no pareció en su prime, se apresuró a sacarlo de la ecuación rápido.

En estas carreras hay un momento en el que si Van der Poel no se ha ido solo, el tema se revuelve y el pronóstico se torna incierto.

Así, fue, en un corte de cortes, Pidcock se metió con gente que no racanea como Vansevenant, Hirschi y Benoot para hacer hueco y jugarlo todo al sprint final, sabedor que es muy fuerte en estas lides.

Su victoria es agua de mayo caída en abril sobre el palmarés de un Ineos que ha dado un claro paso atrás en su presencia en el pelotón, que yo no hegemonía.

Es el tercer triunfo, ojo del equipo inglés, pero qué triunfo, toda una Amstel Gold Race que el equipo británico ya tenía en sus vitrinas, una carrera que un soplo a un equipo sin duda en apuros.

El imperio sigue de pie…

Imagen: @Eltiodelmazo

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3 clasicómanos que se aproximarían a Mathieu Van der Poel

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Lo que está logrado Mathieu Van der Poel empieza a ser muy serio

En vísperas de una carrera fetiche para Mathieu Van der Poel como la Amstel Gold Race, le he dado vueltas como el otro día con Pogacar en esfera de las vueltas, a otros corredores que yo haya visto y me recuerden lo que está haciendo el neerlandés: hacer de clásicas tan exigentes e impredecibles tantas veces como Flandes y Roubaix su casi seguro coto del éxito.

Llevo viendo ciclismo hace más de treinta años, he visto clasicómanos que me han impresionado de forma puntual -Alaphilippe en la San Remo que gana-, otros alguna vez más, pero lo de Mathieu Van der Poel excede a la amplia mayoría y sólo se podría medir con tres nombres, cuya sola pronunciación habla del tamaño de la obra que está construyendo el campeón del mundo.

Tom Boonen, el «pedrusquero» perfecto

Es posiblemente el más bueno de todos, al que Mathieu Van der Poel mejor se podría equiparar.

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Tom Boonen hizo de las piedras una obra de arte alargada en muchos tiempos estado con el mejor de siempre en Roubaix, Roger De Vlaeminck, y entre los más grandes en De Ronde, entre los que ya se ubica el mismo Van der Poel.

Por su forma de abordar los adoquines, de volar sobre ellos, de mover el cuerpo, de hacer de su estructura sobre la bicicleta un todo perfecto y demoledor, el belga me pareció un maestro en estas lides, un tipo del que seguro el actual coco se ha inspirado alguna vez.

Boonen tenía velocidad pero era muy fuerte, como para ganar en Roubaix con la solvencia que lo hizo el domingo Van der Poel y en Flandes condicionaba a los rivales y resultó decisivo para que un tal Devolder se llevara dos ediciones seguidas.

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Fabian Cancellara, en todos los terrenos

Si Boonen era elegancia, conocimiento táctico y efectividad, Cancellara tenía un punto de fuerza que le hacía temible, lo suyo era intimidad a los rivales.

El suizo amasó un palmarés similar a Tom, mostrando una evolución mucho más significada, pues no tenía el sprint del belga.

Eso le llevaba a victorias por derribo de los rivales, hasta que, no podía dejarlos a todos detrás, pero batía al sprint, como con el pobre Sepp Vanmarcke en sendas «majors» del adoquín.

Johan Museeuw, el inspirador

Sin duda el primer gran especialista de estas carreras que he visto.

Se apoyaba mucho en el equipo -ahí está esa famosa Roubaix de 1996-, pero también en su fuerza bruta y en el conocimiento del lugar.

Nunca dio la sensación de poder total que exhibe en la actualidad Mathieu Van der Poel, como si todo lo que puede influir en la carrera lo hará, pero a su favor, sin embargo, era grande torciendo situaciones complicadas de carrera.

Museeuw bebió de los grandes de los ochenta y creció viendo a los mejores de épocas anteriores y lo transmitió en carrera, dotando de un innegable romanticismo sus éxitos.

Pero si hemos de valorar lo que estamos viendo ahora es otro nivel, son máquinas que no dejan nada al azar, ciclistas a los que nada parece afectarles, ni siquiera en las heridas de las manos…

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