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Mundo Bicicleta

Le llaman la fórmula uno del ciclismo

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El año pasado nos acercamos al Forum barcelonés y vimos el Red Hook Crit. Hace unos días se celebró la segunda edición en la ciudad condal. Al habla con el codirector del evento, Ferran Bartolomé.

Segundo año en Barcelona, ¿qué balance haces? ¿Por qué aquí y no en otros lugares de España o Europa?

El balance no puede ser más positivo. En esta segunda edición hemos crecido en cantidad y calidad y el tiempo nos ha acompañado de una forma muy agradable. La participación ha crecido de una forma espectacular con 240 chicos y 20 chicas, y el nivel competitivo ha sido altísimo: la Last Chance Race ha sido una carrera muy intensa y las finales femenina y masculina han elevado el nivel competitivo muchísimo. La carrera solo de chicas ha sido todo un éxito de participación y con un nivel altísimo. Además, hemos realizado control antidpoing, servicio de warm up con rodillos para los participantes, jornada abierta en el Velódromo de Horta de la mano del PistaBCN, hemos conseguido un hostel oficial con mucha personalidad, fiestas,… buscamos que el corredor no solo venga a disfrutar del día de la carrera sino de toda su estancia en la ciudad.

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Barcelona tiene un marco como el Fòrum que encaja perfectamente con la personalidad del RHC y nos permite crear el circuito que queremos, técnico y rápido a la vez, con un amplio espacio para espectadores y corredores, buen clima, el mar de fondo… La ciudad tiene una fuerte tradición de ciclismo urbano con una comunidad consolidada y madura que recibe a los participantes con los brazos abiertos y los integra. Es también una de las capitales turísticas que más seduce a los corredores, que intentan venir unos días antes para visitarla y corretear en sus calles

¿Prevéis aumentar el calendario del evento?

Este año se ha introducido la Last Chance Race, la carrera femenina, más grupos clasificatorios e incluso una interesante carrera de running de 5 km, así que poco margen queda para crecer. Lo importante es dar cabida a los corredores, que se sientan cómodos en sus tandas y hacer que el RHC sea un día de fiesta ciclista continuada

Piensas que este tipo de ciclismo representa mejor las nuevas sensibilidades alrededor de la bicicleta en ciudades principalmente

Es evidente que el RHC nace de la calle y del ciclismo urbano y se nutre de los ciclistas que diariamente circulan por las ciudades, pero lo hace desde un punto de vista competitivo, más allá del ciclismo meramente de paseo. Los corredores del RHC  vienen de la urbe y del mundo de los mensajeros, pero también de la carretera, la montaña, el cyclocross y la pista. Recoge las inquietudes de una nueva generación que se quiere divertir, rodar con intensidad y relacionarse con ciclistas de todo el mundo

¿Crees factible adaptar este tipo de ciclismo al tradicional?

La esencia del RHC es la naturalidad y el trabajo bien realizado, la frescura y la influencia de otros deportes. La diferencia básica es que nuestra tipología de corredores nos pide lo que le damos, quieren competir como profesionales y divertirse como aficionados. A nivel estructural no tenemos nada que envidiar a otros deportes (no solo ciclismo): tenemos un recorrido totalmente vallado y acondicionado para que los corredores se sientan seguros, chips de timing, cámara de photofinish, motos abriendo paso e incluso control antidoping realizado por una agencia reconocida por la WADA. El ciclismo tradicional, igual que otros deportes, es eso “tradicional” y “si una cosa funciona no se toca”, con lo que muchas veces no se adapta a los nuevos tiempos e inquietudes. Nosotros tenemos reglamentación propia y todos los servicios propios de una competición oficial, la única diferencia es que no caemos dentro del círculo vicioso del oficialismo, donde muchas veces las formas son más importantes que el contenido y el funcionamiento. Además, nuestras finales se disputan de noche, con la espectacularidad que comporta y el formato de circuito cerrado hace que el seguimiento por parte del espectador sea mucho mayor, pudiendo ver pasar a los corredores 26 veces. La intensidad es altísima desde el principio ya que nadie quiere ser doblado y no hay momentos de transición ni etapas largas”

¿Crees que el ciclismo tradicional se podría beneficiar en algún grado de este fenómeno?

Sin ningún tipo de duda. A nosotros nos apasiona el ciclismo y lo que queremos es difundirlo, que los corredores y espectadores disfruten y sigan enganchados a la bicicleta e incluso que gente que no sea ciclista vea la competición y alucine con la intensidad. Nosotros tenemos cada vez más corredores que corren o que han corrido de forma regular en competiciones oficiales y vienen al RHC y disfrutan como nunca, sufren muchísimo contra corredores amateurs y comparten experiencias con ellos. Nos gusta que organizadores de otros critériums nos pidan consejo para ayudar a crecer estas competiciones y que poco a poco nuestros corredores se lo tomen más enserio. La gente se entrena duro todo el año en carretera, velódromo, rodillos, montaña,… lo que retroalimenta al ciclismo tradicional. Cada vez más gente de fuera del ciclismo urbano se siente atraída por el RHC y por la energía e intensidad de la carrera

¿Cuál es la procedencia de los participantes del Red Hook?

Sorprendentemente variada. En Barcelona hay 21 países representados, han ganado la prueba mensajeros, corredores de btt, de carretera, pistards,… El perfil de los participantes es muy amplio, desde algún veterano con años de experiencia en competiciones oficiales a chicos jóvenes que llegan fuertes como toros. El RHC absorbe las inquietudes competitivas de muchos perfiles: los que salen a ganar, los que tienen como objetivo acabar la carrera y los que quieren sentirse parte de la fiesta y vienen a divertirse y a experimentar la atmósfera de una competición

¿Estáis satisfechos de haber incorporado una carrera a pie?

En Brooklyn la prueba de running está totalmente consolidada y ese es el objetivo al que queremos llegar en Barcelona. Nos gusta la idea de hacer una carrera a pie distinta, en la que los corredores puedan recorrer un circuito delimitado, técnico y rápido, puedan notar al público encima y su calor. El running tiene un componente muy urbano y muy dinámico que encaja a la perfección con la filosofía del RHC

¿Qué te parece que la prensa llame al RHC la fórmula uno del ciclismo?

Creo que es un buen referente. La F1 no solo implica una competición de altísimo nivel deportivo sino que también es sinónimo de espectáculo y emoción. El RHC se ha inspirado en muchos conceptos del motor (F1 y MotoGP) como son las fases de calificación o la parrilla de salida, que seleccionan a los mejores corredores y alarga la competición a la vez que la hace más intensa. Más allá de la frivolidad de los pisos boxes y otros excesos, la F1 es una jornada experiencial para los aficionados y el RHC en cierto modo también lo es, no consiste en un día de carreras de bicicletas, sino que pretende ser un día de emociones

Imagen tomada del Facebook del RHC

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Si estáis en BCN el sábado no dejéis de pasaros por el velódromo

memo

Aquí, treinta años después, volveremos a tener ciclismo de alto nivel con el Memorial que recordará a Miquel Poblet, y hará las veces de Trofeu Ciutat de Barcelona. Muchos de los que se emocionan corriendo el RHC lo harían muy bien en las series de las dos disciplinas pistards por excelencia, el keirin –sí la que va tras la moto unas vueltas- y las mangas de velocidad. Entre ambas disciplinas se llenará parte de una jornada espectacular que además incluye otros muchos alicientes. Me apena ver que el ciclismo en pista no atrae como se merece, pues sencillamente espectacular y entretenidísimo. Acercaros, no os arrepentiréis.

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De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia

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Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después

La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?

Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….

Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.

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Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.

Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.

Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.

Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.

Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.

Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.

Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.

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Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.

En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.

Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.

Por Unai Yus

Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain

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Las gran fondo by Rose Bikes…

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Mundo Bicicleta

Col de Turini, del motor al Tour

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El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul

En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini

Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.

Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.

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Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.

Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.

Y llegamos al Col de Turini…

Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.

Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.

Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.

De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.

Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.

Ya veremos.

Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.

Un puerto de cine.

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El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».

A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.

Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.

Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.

El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.

Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.

La legendaria generosidad de René Vietto

¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…

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Ciclismo antiguo

Mende siempre será la cima Jalabert

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Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain

Ese año 1995 estaba siendo el año de Jalabert, la brutalidad más grande jamás vista y Mende entraría en la geografía del éxito del francés.
Cuando hablamos con él durante el confinamiento, la verdad es que le daba bastante igual que le llamaran «cima Jalabert

Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?

«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»

Mende es un lugar insertado en el Macizo Central francés que sea como fuere para los siglos quedará como la cima Laurent Jalabert.
La inequívoca figura del mejor ciclista galo de los últimos 20 años fue aquel día de julio del 95 el cuchillo que resquebrajó la resistencia de Miguel Indurain y los suyos en una de las jornadas que quedaron grabadas a fuego en nuestra conciencia.
La pizarra del entonces rosáceo equipo de la ONCE echó humo en aquella travesía por los montes de Lorèze ataviando el mejor ataque que jamás sufriría Miguel. Con la sapiencia de que cerca de meta era tarea imposible importunar al titular del maillot jaune, la cosa quedó en mover la carrera desde lejos, tanto que 200 kilómetros se hicieron cortos.
La fuga que hizo temblar los cimientos del Tour la integraron tres ONCE más otros tantos italianos.

 

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A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.

Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.

En Banesto no daban crédito.

Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.

En la subida final Jaja se deshacía de todos sus rivales.
En la recta del aeródromo, un 14 de julio, al cielo, el de Mazamet sumaba una victoria antológica, algo no visto desde que Chiapucci se armara de valor hacia Sestriere.
A aquellos que nos empañaron la mirada aquel día.
Muchas gracias.
Imagen: Graham Watson

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Mundo Bicicleta

En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo

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«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»

La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.

Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.

Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.

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Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.

El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.

Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.

Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.

El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.

Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.

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Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.

Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.

Por Jordi Escrihuela

Imagen: Ciclismo Épico

 

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