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Mundo Bicicleta

Lieja, la contracrónica

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El desarrollo de la clásica Lieja-Bastoña-Lieja nos llenó de emoción en el transcurso de los últimos compases de la carrera, carrera que nos mantuvo en vilo ante la incertidumbre del resultado final. Parecía que los españoles más representativos, Alejandro Valverde, Joaquim Rodríguez e incluso Daniel Moreno, tenían opciones sólidas para ganar la partida, una partida complicada entre un grupo de escogidos que sobresalieron en la temida Cuesta de San Nicolás, que se situaba estratégicamente a 8 kilómetros de la línea de meta.

La incógnita se zanjó de manera definitiva en los últimos metros de carrera, en el último respiro, ante la decidida acción llevada a cabo por el español Alejandro Valverde, protagonizando un golpe oportunista y tácticamente inteligente que le brindó una muy importante victoria -la tercera-, en virtud de que las anteriores se localizan en los años 2006 y 2008. El corredor murciano, con 35 años sobre sus espaldas, aprovechó eficazmente su actual buen estado de forma para imponerse con todas las de la ley. Aún suena en nuestros oídos el entusiasmo desplegado por los aficionados españoles ante el reciente triunfo en la otra clásica, la Flecha Valona, hazaña que nos brindó el pasado miércoles, día 22, del mes actual.

La Lieja-Bastoña-Lieja es una prueba que reúne solera y que de por sí es muy atractiva. Se barajaban básicamente entre los favoritos cinco nombres: Alejandro Valverde, Philippe Gilbert, Vincenzo Nibali, Michal Kwiatkowski y también para cerrar el ciclo no podía faltar la candidatura del catalán Joaquim Rodríguez. Todos ellos, en el transcurso de estos últimos tiempos, han sido particularmente beneficiarios en esta competición que se disputa en plena región de las Ardenas, inundada de pequeñas colinas y que cuenta con suntuosos castillos. Es la nota de color que engrandece aquel territorio que ofrece, además, una panorámica magnífica que nos señala intrínsecamente su naturaleza. Constaba de 253 kilómetros y diez cotas que jalonaban el recorrido a modo de pesadilla, especialmente en la parte postrera.

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Un capítulo para los audaces

Se puede afirmar que la carrera no entró en emociones hasta culminar con la última treintena de kilómetros, en donde se encuentra emplazada la cota de la Redoute, un punto crucial que siempre sirve como acicate para romper las hostilidades. A partir de allí el pelotón, por regla imperante se suele fraccionar en mil pedazos. Así quedaron en vanguardia los más capaces para ganar. No hubo otro juego a la vista. Con anterioridad, se registró una fuga de siete componentes que llegaron a tener una ventaja máxima de 5 minutos. Este pequeño grupo estaba integrado por corredores pertenecientes al segundo plano que no suponían un peligro. Simple pólvora en salvas y nada más.

El control de la carrera venía a cargo de los equipos Movistar Team, BMC Racing Team, Astana y Team Katusha, dispuestos a llevar de principio a fin la tutela de la contienda. Eran los dueños y señores de la situación que se libraba en aquellas tortuosas carreteras, asediadas en la última parte del recorrido por el agobio de una persistente llovizna. El asfalto se confundía cuál fuera un espejo.

Intentos y más intentos

En la fase decisiva hubo mil tentativas o movimientos, anotando, por ejemplo, la del el italiano Scarponi, el estonio Kangert y el colombiano Chaves, sin el resultado apetecido. De la misma manera lo intentaron algo más tarde, el checo Kreuziger, el italiano Caruso y el danés Fuglsang, sin conseguir tampoco sus propósitos. Entraron también en el juego los golpes individuales llevados a cabo por el italiano Nibali, estrechamente vigilado, y el francés Bardet, y algún otro más entre las tantas escaramuzas que se venían destilando sin cesar.

Surgió en el último kilómetro un furibundo ataque de Daniel Moreno, el más contundente. Se intuía que la meta, emplazada en la ciudad industrial de Lieja, arriba de un duro repecho denominado Ans, se acabaría de romper en definitiva la baraja. El intrépido ciclista madrileño tampoco pudo culminar la fiesta tal como él bien deseaba y que le hacía recordar aquella victoria que logró en buena lid en la Flecha Valona de hará un par de años.

Valverde se impuso con fuerza y decisión

Para nosotros, los españoles, sin embargo, la esperanza no se torció al resurgir con ímpetu desde algo atrás el murciano Valverde, que aceleró de manera progresiva para vencer sin perdón frente al grupo de elegidos. Sus oponentes más directos fueron el francés Julian Alaphilippe (2º), una sorpresa que viene destacando últimamente en el mundo de las dos ruedas, y Joaquim Rodríguez (3º), que pisaron podio con la satisfacción pertinente. Los españoles en su conjunto dieron en el clavo al incluir a Daniel Moreno, clasificado en décimo lugar. Deducción definitiva: tres ciclistas entre los diez primeros de la tabla ¡no hay para menos!

A continuación se clasificaron el portugués Rui Alberto Costa (4º), el checo Roman Kreuziger (5º), el francés Roman Bardet (6º), el colombiano Sergio Luis Henao (7º) y el italiano Domenico Pozzovivo (8º). Sí cabe consignar una caída trascendente que se produjo a una cuarentena de kilómetros de la línea de llegada, perjudicando de manera directa al irlandés Daniel Martin y al australiano Simon Gerrans, vencedores, respectivamente, de las ediciones de los años 2013 y 2014 de esta prueba clásica que nos ocupa.

Haciendo un poco de historia

Hemos hecho hincapié con anterioridad que la Lieja-Bastoña-Lieja constituye la prueba ciclista decana del calendario internacional. Su antigüedad data de nada menos el año 1892, lo cual constituye un mérito a admirar. El primer vencedor de la prueba, siguiendo con otras dos consecutivas, fue el belga Léon Houa, un personaje un tanto singular, según apuntan las crónicas que nos ha dejado Jules Hansez, un escritor afamado en su época. Es de destacar, según afirmaba, que Houa antes de imponerse en esta carrera, había aprendido a correr en bicicleta hacía tan sólo cuatro meses. Le sugestionó tanto eso de pedalear sobre dos ruedas que tomó la determinación de participar y vencer en esta clásica que hoy nos ocupa. Registró, nunca está de más el decirlo, un promedio de 22,935 kilómetros hora sobre la distancia de 250 kilómetros. Un dato muy elocuente.

Eddy Merckx, vencedor en cinco ocasiones de la Lieja-Bastoña-Lieja

Tras la celebración de esta su 101 edición, se mantiene en cabeza, con cinco victorias, el belga Eddy Merckx (1969-1971-1972-1973-1975). Es el italiano Moreno Argentin, el que le pisa los talones, con cuatro (1985-1986-1987-1991). Por Naciones, impera el dominio por parte de Bélgica, con 58 triunfos; siguiéndole Italia, con 12; Suiza, con 6, y Francia, con 5. España conserva tres primeros lugares por obra de este ciclista nacido en la localidad de Las Lumbreras, Alejandro Valverde (2006-2008-2015), que siempre se ha sentido muy a gusto en disputar esta prueba de alto copete.

Siempre nos satisface el poner a la luz algunos datos más bien estadísticos que sirven para cumplimentar la esencia innata de esta clásica del pedal, la Lieja-Bastoña-Lieja, la Decana o la Doyenne de las dos ruedas.

Por Gerardo Fuster

Imágenes tomadas de Facebook de LBL y de Agenzia Olympia di Milano

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1 Comentario

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  1. Gerard

    1 de mayo, 2015 En 16:26

    Me ha llamado la atención la victoria de Valverde, la tercera, a los 35 años; y destaco también el recorrido histórico de la clásica prueba. Muchas gracias al autor.

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Destacado

De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia

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Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después

La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?

Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….

Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.

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Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.

Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.

Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.

Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.

Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.

Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.

Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.

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Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.

En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.

Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.

Por Unai Yus

Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain

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Las gran fondo by Rose Bikes…

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Mundo Bicicleta

Col de Turini, del motor al Tour

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El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul

En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini

Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.

Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.

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Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.

Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.

Y llegamos al Col de Turini…

Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.

Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.

Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.

De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.

Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.

Ya veremos.

Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.

Un puerto de cine.

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El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».

A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.

Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.

Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.

El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.

Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.

La legendaria generosidad de René Vietto

¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…

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Ciclismo antiguo

Mende siempre será la cima Jalabert

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Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain

Ese año 1995 estaba siendo el año de Jalabert, la brutalidad más grande jamás vista y Mende entraría en la geografía del éxito del francés.
Cuando hablamos con él durante el confinamiento, la verdad es que le daba bastante igual que le llamaran «cima Jalabert

Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?

«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»

Mende es un lugar insertado en el Macizo Central francés que sea como fuere para los siglos quedará como la cima Laurent Jalabert.
La inequívoca figura del mejor ciclista galo de los últimos 20 años fue aquel día de julio del 95 el cuchillo que resquebrajó la resistencia de Miguel Indurain y los suyos en una de las jornadas que quedaron grabadas a fuego en nuestra conciencia.
La pizarra del entonces rosáceo equipo de la ONCE echó humo en aquella travesía por los montes de Lorèze ataviando el mejor ataque que jamás sufriría Miguel. Con la sapiencia de que cerca de meta era tarea imposible importunar al titular del maillot jaune, la cosa quedó en mover la carrera desde lejos, tanto que 200 kilómetros se hicieron cortos.
La fuga que hizo temblar los cimientos del Tour la integraron tres ONCE más otros tantos italianos.

 

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A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.

Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.

En Banesto no daban crédito.

Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.

En la subida final Jaja se deshacía de todos sus rivales.
En la recta del aeródromo, un 14 de julio, al cielo, el de Mazamet sumaba una victoria antológica, algo no visto desde que Chiapucci se armara de valor hacia Sestriere.
A aquellos que nos empañaron la mirada aquel día.
Muchas gracias.
Imagen: Graham Watson

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En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo

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«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»

La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.

Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.

Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.

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Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.

El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.

Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.

Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.

El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.

Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.

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Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.

Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.

Por Jordi Escrihuela

Imagen: Ciclismo Épico

 

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