Ciclismo antiguo
Los recovecos de los recorridos de la Vuelta
Cualquiera de nosotros podría pensar que la Vuelta a España, la prueba que analizamos aquí, siquiera por tradición, se suele poner en marcha en su capital, léase Madrid. Con todo, las crónicas aseveran que hubo varias otras ciudades de la península e incluso algo alejadas de nuestro país, que fueron dos, las que fueron sede del punto de partida de la ronda española. No todo ha sido acaparado por Madrid, repetimos. Esta ha sido la tónica a lo largo de sus largos años de historia que hemos querido acometer en plan más bien de pura curiosidad. Podemos afirmar en este sentido que la Vuelta en lo que concierne a sus recorridos ha tenido un afán renovador o con nuevas perspectivas, alejándose del tópico de que por tradición se iniciaba y concluía en la misma Madrid. Nada más distante de la realidad. Lo vamos a demostrar con cifras que tocan más bien el capítulo estadístico.
Renovarse o morir
¿Cuál fue o ha sido la razón de más peso por la que la Vuelta a España varió tantas veces sus recorridos de manera tan diversa y hasta confusa? En este sentido hemos de exponer a las claras que se rompieron, edición tras edición, los moldes iniciales que dieron forma al esquema. Los organizadores siempre han tenido que luchar por mantener en sus arcas un régimen económico que contribuyera a dar continuidad a la prueba por etapas, prueba que ha sufrido sus vaivenes en más o en menos. Los recursos económicos, repetimos, han incidido siempre en la pauta. Sin dinero no hay nada a hacer. Ha habido que luchar a toda costa contra viento y marea para asegurar una continuidad y un futuro. A fin de cuentas todos sabemos por la historia y los acontecimientos de nuestro mundo “que poderoso caballero es don dinero”.
¿Por qué esos itinerarios tan complicados?
Un inciso para afirmar que viendo los trazados de la Vuelta a España en el transcurso de estas últimas ediciones, nos encontramos con unos esquemas un tanto desordenados o desajustados. Observando sus recorridos uno se percata con abierta frecuencia como se salta de un lugar a otro sin orden ni concierto. Nos referimos a esos recorridos escogidos por los organizadores, eso sí, con buena voluntad. No se sigue un itinerario siquiera algo circular, según las manecillas del reloj, es decir, alrededor de nuestra nación. Los intereses económicos son tan influyentes que han desdibujado en esencia sus trayectos. Sólo nos basta poner sobre el tapete a la vista el mapa anunciador de la Vuelta en sus últimas ediciones, procediendo acto seguido a contemplarlo del principio al fin con cierta tranquilidad. Se parece más bien a un jeroglífico de difícil solución. Esta ha sido la tendencia que ha dominado en el transcurso de estos últimos años a la hora de distribuir la veintena de etapas que suelen entrar en el diseño básico de la prueba.
La elección de ciudades
En el período comprendido entre los años 1935 y 1950. Madrid, con toda fidelidad, había sido punto de partida y de llegada de la caravana multicolor ciclista. En el transcurso de las sesenta y nueve ediciones que se han contabilizado hasta la fecha, la Vuelta a España ha finalizado cuarenta y cinco veces en Madrid. Bilbao a raíz del patrocinio prestado por El Correo Español / Pueblo Vasco, acogió a la ronda española en nada menos trece ocasiones. Por otra parte, han sido también beneficiadas las ciudades norteñas de San Sebastián, con seis, y Santiago de Compostela, contando la de este año, con dos. Mientras que las poblaciones de Miranda de Ebro, Salamanca y Jerez de la Frontera, fueron por una vez lugar de finalización de la competición española.
Puestos en este baile de números, quisiéramos hacer hincapié en la otra faceta que hace referencia a las ciudades que fueron inicio de la Vuelta. La palma se la lleva Madrid, con diez. Le siguen Bilbao, Gijón y Jerez de la Frontera, con cuatro; mientras que Vigo lo fue con tres. Se da la circunstancia de que hubo otros puntos que fueron elegidas como lugares de partida de la Vuelta. En este sentido debemos adicionar a otras treinta y tres poblaciones. Hubo más de una que repitió su cometido.
Nos conviene recordar que hubo dos ciudades de allende de nuestras fronteras que acapararon el alto honor de ser elegidas como punto de partida de la Vuelta. La primera no fue otra que la capital portuguesa de Lisboa (1997), y la segunda, la ciudad de Drenthe (2009), emplazada en las llanos de los Países Bajos. Dos hechos que vale la pena aquí señalar.
A todo lo escrito, uno saca la conclusión de que la Vuelta Ciclista a España ha tenido casi por sistema una gran movilidad y varias alternativas, que se traducían con el afán de renovarse y acaparar nuevas perspectivas propagandísticas. Nos hemos quedado observando con detenimiento los planos de sus itinerarios tan variados y tan chocantes que salieron a la luz. Es fácil deducir que el factor contundente ha sido el económico, tal como lo hemos expresado con anterioridad.
En sus principios, la Vuelta conservaba sus propiedades más idóneas o de base, que era el trazado de un magno círculo que no se alejara mucho de la periferia o contorno del país. Luego, con el pasar de los años, el recorrido ha ido soportando múltiples variaciones. De tal manera que sus itinerarios se han ido convirtiendo en unos verdaderos galimatías, lejos de identificarse fielmente con aquella palabra mágica que hemos divulgado como Vuelta, dictada en un lejano año 1935. La conclusión definitiva ha sido que con el paso de los tiempos la ronda española ha perdido en este sentido su verdadera identidad, la que asentaron los cautos organizadores de aquellos tiempos heroicos. Para finalizar este comentario un tanto de recuento podríamos aplicar aquí aquel dicho que nos dice que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Por Gerardo Fuster
INFO
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Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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Fdoflores
2 de septiembre, 2014 En 14:20
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