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8.2014 El nombre del año es François Pervis

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Vayan al cuarto minuto del vídeo que acompaña este post. Vayan al momento en que François Pervis sitúa su bicicleta sobre un rodillo que aunque algo chirriante, está en buen estado, y manteniendo el equilibrio empieza a rodar. Vean ese momento, el de un triple campeón del mundo en carreras de velocidad solo, en medio de una enorme pelousse, de un velódromo nipón, sin ayuda, sin nadie que le mire, más allá del tiro de cámara.

François Pervis posiblemente les resulte un nombre poco o nada conocido. La pista es una disciplina de orfebres que no se aprecia en España como se debiera. Es curioso, causa furor en UK, ofrece grandes resultados en Francia, se vive con intensidad en Australia, pero aquí estamos por otras cosas. Dejando esto de lado, nos centramos en el personaje y en dos vertientes. En efecto, un ciclista, un podenco de dimensiones de armario, y dos mitades ensambladas en este enorme personaje.

En los últimos doce meses supimos mucho de Pervis y sus hazañas sobre la bicicleta. Nuestro amigo Luis Roman así lo explica en su blog. A finales del año pasado, en la manga mejicana de la Copa del Mundo de pista, Pervis batió de seguido dos récords del mundo, el de 200 metros y el kilómetro, una hazaña singular e histórica que empequeñeció a los pocos meses cuando, en el velódromo de Cali –allí donde Torres y Muntaner se hicieron de oro-, se proclamó campeón del mundo en las tres disciplinas individuales de velocidad, eso es: kilómetro, keirin y velocidad individual, algo inédito, histórico, primigenio.

Kern Pharma

Pero Pervis es más, es mucho más, y eso explicaron en el vídeo que acompaña al post. Lo titulan el “samurai francés” y sinceramente es una pieza de culto por todo lo que implica. Hace un tiempo dedicamos una pieza a los hipódromos ciclistas japoneses, allí donde estos templados ciudadanos se jugaban los cuartos apostando a los corredores. Le quitamos mítica, quizá matiz legendario, pero Pervis, con sus vivencias, nos dibuja un mundo cargado de tradición, respeto y humildad. A Japón sólo van los más grandes del keirin, disciplina que se hizo grande en el país tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial. Pervis pasa entre cuatro y cinco meses compitiendo en un ambiente cerrado y hermético para garantizar la honestidad del sistema.

Las colecciones de Bioracer incluyen también piezas de la calidad necesaria para triunfar en la pista

Todo se lo paga él, comidas, viajes, manutención. Obviamente le debe salir a cuenta, pues además no son pocas las carreras que gana. Carreras por cierto que poco tienen que ver con las europeas, primero porque son al aire libre, incluso bajo inclemencias meteorológicas, y luego porque se corren al son de una campana que marca los tiempos. Cuando ésta deja de sonar “se abre la guerra” bromea el ciclista.

Normas de cortesía, leyes no escritas pero grabadas en la mente de los corredores marcan su día a día y comportamiento. Ganar y levantar el brazo es un signo reprobable. Al acabar las carreras el ganador le da un pequeño regalo al resto de los contrincantes. Pervis entrena como “un miserable y un perro” para rodar en estas esferas. Es triple campeón del mundo, pero no pierde el norte, quiere reinar en Río de Janeiro. Las Olimpiadas, suceder a Chris Hoy, son su obsesión, el logro que le coronaría como el campeón que ansía ser.

Imagen tomada de http://www.trackcyclingnews.com

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Ciclismo antiguo

1986 y el romance de Indurain con Francia

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El Tour del Porvenir marcó la carrera de Miguel Indurain y su relación con Francia

Oporto es la proa del Duero en el inmenso Atlántico, una bella ciudad salteada de colinas y bellas viñas que un día puso en solfa el conocido Tour de la Comunidad Económica Europea, lo que hoy es el Tour del Porvenir, pero que entonces se vanagloriaba de cruzar varios países europeos. Desde allí la edición de 1986 se puso en marcha con un prólogo de pocos kilómetros que impuso el primer maillot amarillo de la carrera a Miguel Indurain.

El ciclista navarro seguía su romance con la carrera pequeña, la de jóvenes, y seguía sumando triunfos, siempre en solitario, para un palmarés que empezaba a tener consistencia. 22 añitos recién cumplidos y el mocetón del Reynolds domina la modalidad que habría de servirle muchas alegrías.

Indurain sale líder de Oporto y pasa con nota la prueba de Luz Ardiden, la cima fetiche de Lale Cubino, donde pone por primera vez el pie en meta con los brazos en alto, como habría de hacer en el Tour y Vuelta años después. A las actuaciones de Oporto y en los Pirineos, Indurain habría de sumar otra perla en la falda del Ventoux, por Carpetras, ganando otra contrarreloj sobre el que sería pupilo de Javier Mínguez en el Amaya, Patrice Esnault. Medio minuto sobre el francés que serviría para apuntar su nombre en el Tour chico y marcar los pasos del futuro. Uno de esos triunfos premonitorios.

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Pero no fue la primera vuelta que caería en las manos del de Villaba, meses antes, en la primavera murciana, Indurain ya había ganado su primera general, también merced a otra crono, ésta en Cartagena, que ganaría sobre otro ciclista que con el tiempo sería protagonista en el Tour, Juan Martínez Oliver, el almeriense que cerca de su casa vio cómo se las gastaba ese apellido de raíz navarra y poco a poco más presente en la mente colectiva.

Sólo cinco segundos fueron más que suficientes para perpetrar el momento histórico.

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Indurain volvió al Tour. No lo acabó porque lo dejó en Pau, en la ventana de los Pirineos, pero ya tuvo sus primeros coqueteos con plazas fuertes. Por ejemplo su tercera posición en una jornada de la primera semana, sólo superado por Peeters y Kiefel, dos galgos centroeuropeos que fogueaban las piernas de quien habría de escribir la historia con mayúsculas. A los pocos días Indurain se lleva una buena experiencia en las cronos largas e interminables de la ronda gala. Fue en Nantes, donde Hinault cocinaba su traición a Lemond, donde Miguel se cuela en el decimosegundo puesto, notable resultado para un novel, notable y sintomático.

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El segundo año completo en el profesionalismo se completa con plazas de honor en Midi Libre y Ruta del Sol, sexto y quinto respectivamente.

Eran vueltas pequeñas, de formato breve, pero vueltas en definitiva, carreras que resultaban de la acumulación de esfuerzos y que marcaban la medida de la recuperación de ese muchachote que emergía sobre la talla media del pelotón.

Miguel Indurain ya era un nombre conocido en el gran paquete, como gustaba llamarlo entonces.

Imagen: @Urtekaria 

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Ciclismo antiguo

La Vuelta que Melchor Mauri ganó a contrapié

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Aquella Vuelta de Melchor Mauri siempre tuvo la duda de la etapa de Pla de Beret

Hace más de treinta años la Vuelta impuso una costumbre efímera, la crono por tríos que en 1991 empezó a enfocar a un ciclista hacia la victoria ya de inicio: a Melchor Mauri.

Cada equipo se partía en tres unidades y las situaba a su capricho en la parrilla horaria de salida, una salida que se hacía desde Mérida, desde la escena del teatro romano, donde los ciclistas desfilaron el día de antes que el pañuelo cayera.

De la ciudad romana que acogió parte de los jubilados de las grandes campañas del imperio, como digo salió de líder Melchor Mauri, ciclista catalán, de la bella Vic, la cuna de Osona, en el valle de piaras y nieblas casi perennes. Mauri, acompañado de Herminio Díaz Zabala y Anselmo Fuerte, cogía un maillot amarillo, que compartió con sus compañeros de trío los días siguientes y que parecía tan evanescente como la niebla de su querida tierra.

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Los días pasaron, paulatinamente se quemaban etapas y la situación seguía siendo la misma.

La antesala del primer ciclo clave fue más proclive al líder, Mauri ganaba la crono de Mallorca y las diferencias empiezan a ser significativas.

Mauri literalmente volaba contra el crono.

Esos días era inalcanzable para todos y para uno en especial, Miguel Indurain, quien perdía esos días las ultimas cronos clave de su carrera, pues el navarro se hallaba en los días previos a su gran dominio en el Tour.

La consabida debilidad de Mauri en las montañas era la moneda de cambio para que muchos pronosticaran su ocaso en la punta de carrera, pero hete aquí que la Vuelta en primavera tenía esas cosas, que un día amanecía y resultaba que el cielo había roto sobre tu cabeza y había dejado caer toda la nieve del mundo, esa nieve que dejó impracticable la Bonaigua y el posterior ascenso a Pla de Beret. La etapa para muchos clave no se podía hacer.

“Etapa corrida, etapa perdida”

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Al día siguiente, entre restos de la nieve que anuló la etapa reina, la carrera subió a Cerler de donde el líder sale vivo, muy vivo, a pesar del acoso de Indurain e incluso Marino Lejarreta, compañero del maillot amarillo, que en verdad era la baza de su equipo, como con los días se empezaba a astibar.

Pero Mauri estaba de dulce, y cada vez que la carrera entraba en la lucha individual, tomaba las riendas, incluso en terrenos sobre el papel hostiles, como la cronoescalada de Valdezcaray, donde el catalán seguía incrementando la cuenta y dejando a sus rivales con la responsabilidad de hacer todos los deberes entre los Lagos de Covadonga y El Naranco.

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En las cumbres astures, se comprobaron dos cosas, que el líder encajaba con éxito todos los golpes y que en la ONCE el cuadro si no de guerra civil, era próximo a ella, pues Lejarreta actuaba como jefe en una situación que invitaba a la prudencia por respeto a quien llevaba la casaca amarilla.

El acoso alcanzó su cénit en las tierras donde Pelayo empezó la reconquista, pero de ahí no pasó, no había más terreno, no más que otra crono, por Valladolid, donde Mauri acabó la faena que había iniciado tres semanas antes en Mérida, una Vuelta, toda una Vuelta a España que en Catalunya sigue siendo la última desde entonces y la segunda de la historia, tras que se llevó el discreto Josep Pesarrodona años antes.

Imagen tomada de Parlamento Ciclista

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Ciclismo antiguo

El rosa en problemas: Cuando Oropa puso a prueba la fe de Indurain

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Ningún líder está exento de sustos como el de Indurain en Oropa

Cuando Egan Bernal se escondió bajo el cobijo de Dani Martínez en Sega di Ala, muchos fantasmas ya vividos y vistos, la maglia rosa en problemas, algo que vimos por primera vez en Oropa cuando Indurain ante los ataques de Piotr Ugrumov.

El Giro caminaba sin novedad hacia Milán. El dorsal número uno Miguel Indurain había sorteado con suerte jornadas realmente dantescas, como la maratón dolomítica que acabó en Corvara Alta Badia, el día que Claudio Chiapucci ganó la etapa pero que el navarro con el rosa incrustado se hizo fuerte en la general.

Ese día un ciclista siempre merodeaba la parte baja del primer ruso. Era letón. Vestía azul con franjas amarillas en el centro de maillot.

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Se quedaba en los repechos, recuperaba en los descensos que les seguían. Corría para el Mecair, el equipo que recogió el testigo del Ariostea de Cassani, Riis y Argentin y puso la simiente del Gewiss, al año siguiente.

Era Piotr Ugrumov, un ciclista despoblado de cabellera, con pasado en el pelotón español.

Un ciclista callado pero incisivo, un ciclista con visos de cambiar el paso, de hombre destacado a capo de la general, estaba quieto, discreto, hasta que llegó Oropa.

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#DiaD 12 de junio de 1993

El Santuario de Oropa es una elevación al norte de la ciudad de Biella, con B, a diferencia de la capital aranesa, que se define como uno de los lugares sagrados de la Lombrdía.

No es muy alto, tampoco el más duro, pero en el filo del fin de semana final de una gran vuelta, cualquier tachuela hace daño y Oropa puede obrar el “milagro” de ver caer la torre más alta.

La carrera no tiene mayor interés, más allá de una escapada compuesta por ciclistas de caché, entre otros Gianni Bugno, que poco a poco comprueba que las generales de la agrandes vueltas van a ser un quimera para sus posibilidades.

De ese corte surge Massimo Ghirotto, otro ciclista de escaso pelo en la testa, que sale victorioso de un duelo que incluye interesantes nombres, Abelardo Rondón, Marco Giovanetti y Laurent Madouas.

Por detrás el pelotón inicia la escalada con Moreno Argentin en maestro de ceremonias.

El otrora campeón del mundo en Estados Unidos va fresco, exhibe poder en la pedaldada y sobretodo una clase de esa que viene de serie en el ciclista.

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Argentin aprieta el ritmo desde abajo, su acción, dada la solidez del líder, que acababa de ganar en cronoescalada de Sestriere, parecía sin sentido, pero tenía, vaya si lo tenía.

De repente emerge Ugrumov, son varios intentos, cambios de ritmo bruscos, una subida a tirones, un auténtico látigo sobre la espalda de la maglia rosa.

Uno, dos, tres y… cuatro. Indurain va incómodo, coge el manillar por abajo, se inclina tanto que parece besar el ángulo de su potencia.

Ugrumov se va, no queda mucho para meta, pero es un momento crítico. Más cuando Chiapucci, Roche y Tonkov superan al navarro.

En meta Ugrumov saca de donde no hay para embolsarse medio minuto que es insuficiente en la práctica, pero simbólico en el ánimo.

“Le falta ser más agresivo” dicen algunas leyendas del pasado. Indurain admite que la crono le pesó en exceso pero puntualiza “nunca vi perdida la carrera” y eso era lo que realmente le importaba. Estaba en el arco de su segundo Giro.

Imagen tomada de Rueda Lenticular

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Francesco Moser, “signore Roubaix”

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En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial

La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.

Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.

Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.

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De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.

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Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.

Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.

En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.

Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.

Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.

En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.

En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.

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