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Ciclismo antiguo

Hinault sigue notando aquella Lieja-Bastogne-Lieja

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Año 1980, Lieja-Bastogne-Lieja: aquello fue ciclismo en el Averno blanco 

Son muchas horas bajo la lluvia o la nieve y si la temperatura es muy baja, el frío se va metiendo en tus huesos, necesitando varias horas después de la etapa para entrar en calor. Lo más importante en este tipo de días es mantener el calor corporal y la moral alta”.

Perico Delgado

Gravel Ride SQR – 300×250

Kern Pharma

El invierno había dado una pedalada más en su reinado en el tiempo.

Aquel día de finales de abril en Lieja fue más duro para el ciclista que entrenar un gélido enero a las ocho de la mañana.

La nieve impuso su demarraje en los 260 kilómetros de la decana reina que habita estos lares de las Ardenas. 

SQR – Cerdanya Cycle

No era invierno pero fue un infierno. 

Una Lieja-Bastogne-Lieja blanca les esperaba

No era enero, repetimos, era 24 de abril. 

¿Primavera? Nuestra querida amiga ni llegó, ni se le esperaba aquella jornada.

¿Seguro que el invierno no había acabado?

La señorita primavera abandonó sus aposentos por un día y dejó que se asentara en su trono el frío general que con mano de hierro azotó al sufrido pelotón ciclista a falta de tan solo cuatro días para entrar en el mes de mayo.

Entrenar con frío vale por dos

De nuevo la nieve y el frío iban a ser inmisericordes con los sufridos esforzados de la carretera.

De nuevo bajas temperaturas y de nuevo en una gran clásica belga.

¡Qué extraña relación de amor-odio!

El pelotón iniciaba su cansina marcha. Los ciclistas arrancando en frío, lloviendo y con previsión de cellisca, no parecía un día muy propicio para pedalear.

Lieja-Bastogne-Lieja & Bernard Hinault: No era invierno pero como si lo hubiera sido

El pelotón se resguardaba entre los pequeños valles, remolón.

Hubo 110 abandonos en las dos primeras horas. Una retirada en masa de corredores que se iban quedando por el camino sepultados por la ventisca de nieve.

18 de mayo: hay un desafío por Guadarrama 

Muchos ciclistas seguían cayendo como témpanos de hielo.

Aquel día ni los mejores esquiadores a pedales hubieran podido hoyar unos muros empedrados dignos de un paisaje alpino, de un extremo día hibernal de un mes de diciembre cualquiera.

Bueno, quizás alguien sí.

Bernard Hinault, que andaba por allí, estuvo a punto de abandonar al principio. Pareció por un instante algo humano, y no un tejón  siempre al acecho.

No quería riesgos innecesarios en su inminente participación en el Giro de aquel año.

Pero  el  “champion” bretón se sobrepuso, embistió contra todo (“mientras pueda respirar, atacaré”) y le sacó casi diez minutos al segundo superviviente, el gélido témpano holandés Hennie Kuiper.

El orgulloso y testarudo «blaireau» se puso a tirar en cabeza. Para él, era lo único que valía: seguir, seguir avanzando.

Aquel día cuentan de él que se fue perdiendo entre la multitud que le intentaban dar todo el calor que podían en la cota de Stockeu, donde atacó. 

Hinault parecía un caballo blanco desbocado, galopando entre copos de algodón durante los 80 kilómetros que le quedaban para llegar a meta:

«Los corredores que van tras de mí deben estar en las mismas condiciones que yo, y si ellos pueden soportarlo, yo también» –pensó.

Los que lo vimos correr en aquel glacial y nacarado monumento somos la envidia de haber podido disfrutar de la épica y el carácter de un dios de la victoria.

Como Thor,  martilleante.

Entraba en solitario en meta en una memorable jornada.

Bernard Hinault no celebró el triunfo al cruzar la línea de meta de la Lieja-Bastogne-Lieja

Estaba más preocupado de cómo se iba a recuperar de aquella dantesca jornada.

En efecto.

Estuvo más de tres semanas con las manos rígidas como témpanos.

Dicen que hoy en día aún no ha recuperado del todo la sensibilidad en sus dedos.

Cambrils Square Agosto

 

Sólo terminaron 21 de los 174 aventureros iniciales. El resto no pudieron llegar.

Los congelados y agarrotados corredores que habían sobrevivido iban llegando a cuentagotas a sus hoteles.

https://www.facebook.com/liegebastogneliege/photos/a.114532922030510/459497290867403/?type=3&theater

Sus rostros reflejaban el extremo sufrimiento que habían vivido durante la travesía polar.

Fueron unos sherpas de la bicicleta.

 

Todo el pelotón pareció una expedición inhumana,  extraviada en la Antártida, derrotados y sepultados por un manto blanco.

En aquella Lieja, los héroes del pedal fueron unos mártires del manillar que lloraron de frío.

Cuentan que cuando preguntan al Tejón por esa carrera echa a temblar con escalofríos.

No es para menos, fue una gesta inolvidable.

Dibujo: Juan Manuel Escrihuela

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Milán-San Remo: finales que perduran

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Milán-San Remo Kwiatkowski Sagan JoanSeguidor

El catálogo de desenlaces Milán-San Remo perfila la trascendencia dela cita

¿Cuánto hace que no vemos un sprint en los desenlaces de la Milán-San Remo?

Exactamente desde 2016, desde Arnaud Démare.

Recuerdo esos años, cuando nos preguntábamos, quién rompe San Remo y casi siempre el sprint se imponía.

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Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski anticiparon los desenlaces precipitados de la Milán- San Remo y desde entonces cada año es una fiesta.

Acontece un par de veces por temporada, dos de esos momentos que ves venir, que anticipas con la seguridad que te van a dejar seco en el sofá: los desenlaces de la Milán-San Remo y el Mundial de ciclismo.

Si en la pugna por el arcoíris suele suceder en las dos vueltas finales -a no ser que tercie un Remco-, en la la primavera acontece en la subida y bajada Poggio.

Una suerte de carrusel de emociones en la que cada gesto, cada trazada y la suerte juegan un papel total para entrar en la historia.

En este magno escenario, han ganado grandes nombres, pero también otros notables ciclistas que tienen en San Remo su mejor logro y que ,en cierto modo, les hace justifica ante la ausencia de fortuna en otros teatros.

En los tiempos recientes recuerdo la victoria de un tipo brillante pero con escaso palmarés como Jasper Stuyven, o los inesperados éxitos de Matt Goos o Gerald Ciolek, hace diez años justo, cuando la lluvia y la nieve obligaron a recortar el tramo central de la carrera.

Es cierto que durante muchos años hemos tenido desenlaces al sprint en Milán-San Remo.

Los años de Zabel, de Freire, incluso los de velocistas como Cipollini o Cavendish, algunas ediciones tuvieron sus cocos en el Poggio pero no lograron romper.

Y es que la clave está ahí, en romper en el Poggio, si no para arriba, para abajo, una tachuela en cualquier carrera que pesa tras casi 290 kilómetros de carrera.

La entrada en las curvas, frenando para no salir despedido, es la mejor imagen de la dureza real del Poggio en cuanto pendiente, otra cosa es la velocidad a la que van las balas.

En todo caso, los años recientes nos han traído ediciones memorables que entran en colisión con eso que muchas veces he leído sobre qué era mejor, ¿la Strade o San Remo? cuando yo creo que no son cosas comparables.

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No me voy muy lejos en el tiempo para marcaros tres desenlaces top de la Milán-San Remo, tres además que son diferentes entre ellos.

En 2014 la  victoria fue para el noruego de casco torcido, Alexander Kristoff

Entonces en el Katusha, el nórdico sabía muy bien que todo lo que no fuera llegar al sprint le iba a complicar la carrera.

Sabedor de las que se lían en el Poggio, él dejó hacer, Nibali fue el intento más brillante, pero sin éxito.

Luego del descenso, ya con la meta en el horizonte, Kristoff adelantó plazas y puso a un ciclista hoy controvertido como Luca Paolini a controlar con tal maestría el grupo que el noruego, hoy en el Uno X, se vio obligado a imponerse con esa fuerza bruta que le caracteriza.

Cuatro años después, hubo quien rompió el grupo en el Poggio y ganó en San Remo

Si en la edición de Kristoff, Nibali se había quedado con las ganas, esta vez no le pasó factura el gran grupo.

Atacó en el momento exacto en el Poggio para coronar con lo justo y descender hasta la Via Roma con tiempo para celebrarlo con Caleb Ewan maldiciendo su suerte.

Y vamos a por la última que quiero reseñar, la de 2017 y el sprint increíble, con roce incluido, entre Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski, un ciclista mayúsculo en estos escenarios, ganador en San Remo tras soldarse a Sagan en el Poggio, cuajar un descenso impecable y la rúbrica en la volata final.

Como veis tres momentos, tres desenlaces diferentes pero todos poniendo en común que la Milán-San Remo es eso, una carrera mágica.

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La semana fantástica de Claudio Chiapucci acabó en la Milán-San Remo

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Chiapucci demostró que se puede ganar Milán-San Remo atacando de lejos

Veamos quién era ese Claudio Chiapucci de 1991 en la Milán-San Remo.

Recordar que era el el año posterior a su explosión en el Tour, todos le atribuían su segunda plaza fruto de la escapada bidón del primer día, aquella de Futuroscope.

Casualidad o no, el de Uboldo aguantó hasta muy al final y a Lemond le fue de 24 horas para acabar remontándole antes de llegar a París.

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Esa primavera del 91, todos miraban con curiosidad a Claudio Chiapucci, aunque el suyo no era un nombre que sonara en la salida de la Milán-San Remo.

Aquella tarde de sábado en marzo puso colofón a la 82 edición de la Milán-San Remo, «la más fácil y la más difícil» como me ha dicho muchas veces Eduardo Chozas.

Fácil porque se va mil y el terreno no es quebrado.

Difícil porque hay mil momentos clave y pasa todo tan rápido que acaba ganando siempre el más listo.

Sin embargo la San Remo que gana Claudio Chiapucci pasaría no sólo por la inteligencia en carrera, que también, y sí por un monumento a la fe y el esfuerzo plasmados en una escapada hoy impensable.

Bajo una pertinaz lluvia que en marzo, entre Lombardía y Liguria es heladora, Chiapucci manda a Bontempi arriesgar en la bajada del ¡¡¡Turcchino!!!!.

El descenso que hace el veloz Guido hace estragos y, cuando el pelón enfila la carretera de la costa, ya con San Remo muy al final, la carrera va partida: por delante circula Chiapucci y con él otros perros del calado de Van der Poel padre, es decir Adrie, Lejarreta, Mottet y Sorensen.

Poco después entran elementos tan importantes como Nidjam y Marie, el gran prologuista francés.

Empieza ahí la trituradora de carne, un ritmo endiablado en cabeza que, combinado con el desconcierto de atrás, abre un hueco de cuatro minutos que en ningún momento presagian que esa escapada podía ser la buena.

Pero iba camino de serlo.

En el Capo Mele, Chiapucci impone marcheta y saca de la quiniela de San Remo al mismísimo Mottet.

Luego en la Cipressa, hace lo propio con el resto, salvo Rolf Sorensen, un danés de esos que podríamos llamar ciclista de culto.

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Con un minuto escaso, Chiapucci y Sorensen se plantan en la base del Poggio, en el que Claudio, el gran Claudio, tiene un ataque, otro, reservado para Rolf.

Chiapucci coronaría solo el Poggio y de ahí hasta la meta de San Remo

El mismo Chiapucci de Val Louron, meses después, firmaba un éxito antológico, el mismo que esa misma semana había ganado un sprint a los velocistas y una cronoescalada en nuestra querida Setmana Catalana poco antes.

Así era Don Claudio, un rival íntimo de Miguel que quisimos casi tanto como al mismísimo Indurain.

Imagen: RTBF

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Sean Kelly, 7 París-Niza en blanco

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¿Quién puede igualar a Sean Kelly en la París-Niza?

Qué bonita era la París-Niza cuando el líder iba de blanco, cuando la veía con Miguel Indurain, con Laurent Jalabert, con VDB y con King Kelly.

De esos años guardamos imágenes imborrables que protagonizaron los más grandes del momento porque en esta carrera no ganaba un cualquiera, aunque más complicado veo que cualquiera iguale a Sean Kelly en el palmarés de la París-Niza.

Jean de Gribaldy siempre tuvo ojitos para su querido Sean Kelly, ese irlandés trabajador, de raíces campesinas, cuyo talento impresionó a uno de los grandes directores de la historia del ciclismo, trayéndoselo ya en 1976, mucho antes de empezar su gran ciclo en París-Niza.

Fichar por el Flandria fue el primer paso de Kelly para convertirse en el gran dominador de toda la historia de la carrera hacia el sol, la París-Niza, en un periodo de dominio que no sólo impresiona por la propia carrera, siete triunfos seguidos, también por la historia del ciclismo en general.

Corriendo en el equipo de Gribaldy, nuestro querido irlandés tomó buena nota de cómo el «ganalotodo» Freddy Maertens gestionó su triunfo en la carrera que se distinguía por su maillot blanco.

Entre otras sutilezas, Kelly asistió ante su compañero belga a una genial gestión de las bonificaciones para sacar el premio más grande posible.

A los pocos años el maestro Maertens vio cómo el alumno le tomaba el rebufo y le superaba en la historia.

Sean Kelly firmó su primer triunfo en la París-Niza en 1982, líder camino de Saint-Étienne, cinceló su primer trofeo en el que sería su feudo por años, la cronoescalada al Col d´ Èze, epílogo habitual durante tantos años en la carrera.

Gilbert Duclos Lassalle y Jean Luc Vandebroucke acompañaban al astro irlandés en la primera travesía blanca.

A la siguiente, 1983, Kelly no sólo gestionaba como Maertens, también era capaz de dar golpes de teatro que dejaban secos a sus rivales como la subida a Tournon o la etapa de Miramas, repitiendo en Mandelieu, para desespero de Zoetemelk, y renovando corona el Col d´ Èze.

Ese era Sean Kelly, guante de seda, golpes demoledores en la carrera con la que se mimetizó durante años, abriendo el repertorio a todo tipo de triunfos, a través de múltiples exhibiciones

Como en 1984, cuando demostró que no sólo daba lecciones de cara al liderato y sí por el puro y simple gozo del público, como en la llegada en la que se impone al sprint a Eddy Planckaert en Bourbon-Lancy, lejos aún de los momentos decisivos de la carrera.

Estos llegarían, por ejemplo, en el Chalet-Reynard, donde Eric Caritoux, semanas antes de ganar la Vuelta a España, le mantuvo controlado el rebaño de rivales, entre los que se contaban Hinault, Millar, Vichot y Rooks,

1985  sería una edición extraña para Kelly, en una carrera marcada por el frío intenso, el irlandés ganaría su cuarta París-Niza sin triunfo de etapa.

La presión de su compatriota Stephen Roche le llevó a ir a lo práctico, a pesar de que en el Col d´Èze, Roche diera cuenta de Kelly por un segundo.

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Ya con los colores del Kas, Sean Kelly renovaría a lo grande su dominio en la carrera, con una edición que no tuvo otro líder que su persona.

Desde el prólogo de París al epílogo en las alturas de Niza, en el Col d´Èze, Kelly no dejó nada para los demás: en el podio le acompañaron dos integrantes del cajón del Tour de ese año, Urs Zimmermann y Greg Lemond, casi nada.

1987 y Kelly sumaría su sexto triunfo: una carrera marcada por una igualdad terrible con Roche, en vísperas de sus grandes triunfos, que se rompería por un pinchazo de Stephen en el sector matinal de la jornada final.

La última victoria de Kelly llegaría al año, en una edición marcada por la muerte meses antes del diector de la carrera, Jacques Anquetil.

En ruta, Kelly homenajea a maitre Jacques con un triunfo final que selló, no podía ser de otra manera, en el Col d´ Èze.

Y es que esta cima, que está tan presente también hoy, en la jornada express por los alrededores de Niza, es sin duda el sitio que deberíamos escoger para tomar medida del monumento que Sean Kelly le hizo a la París-Niza, pues tomando el inicio de subida a diez de la cima, el irlandés tiene aún hoy el mejor registro de siempre 19´45´, el que marcó en la edición de 1986.

Tras sus tiene triunfos, empequeñecen los cinco de Anquetil y los tres de Merckx, Zoetemelk y Jalabert.

Imagen: Paris-Nice

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Bartoli en 5 esenciales

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Cuando estaba en forma, Michele Bartoli era un huracán

De esos ciclistas que seguro, pase lo que pase, recordarás con el tiempo, no importa cuánto pase, cuándo lo pienses, Michele Bartoli fue uno de los ciclistas que más me marcó en los noventa.

Y no sabría decir un motivo en concreto, quizá fuera esa amalgama de imágenes, de omnipresencia en la carrera, un ciclista al que le encantaba que le diera el aire, que firmó en una Lieja, una de las victorias más increíbles que le recuerdo a alguien que competía en minoría.

Recupero la rueda de Michele, y ahí van mis cinco rasgos…

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Corredor competitivo en muchos frentes

En dos años, Michele Bartoli fue capaz de ganar el Tour de Flandes y la Lieja-Bastogne-Lieja.

Su polivalencia en clásicas quedó probada en casi todos los terrenos, pues pasó de largo de Roubaix.

En las grandes, tentó un poco en el Giro 1998, donde logró su primer gran triunfo, en una etapa de 1994, pero quedó claro que las generales eran demasiado para él.

Una pose que rozaba lo pornográfico

Su forma de correr, ese ánimo ofensivo, maridó perfectamente con su acople a la bicicleta.

Cuando se agarraba de abajo y se erizaba como un gato se desataba la tormenta.

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Un palmarés de capricho

Su medio centenar de triunfos no sólo es cosa de cantidad, y sí de calidad.

Bartoli ganó cinco monumentos y pudo haber sido alguno más.

Abrió la cuenta en el Tour de Flandes, con un ataque demoledor en la capilla, cuando ésta era decisiva en la carrera, un poco como ahora la Het Nieuwsblad.

Le siguieron dos Lieja-Bastogne-Lieja y ya más mayor, sendos Giros de Lombardía.

Ojo con el valor y la dificultad de ganar un monumento, que Michele sumó hasta cinco.

San Remo y Mundial, sus asignaturas pendientes

En ese bagaje de lujo, le quedó la «pena» de no llevarse ni la Milán-San Remo ni el Mundial.

Especialmente doloroso fue su bronce en Valkenburg, cuando Camenzind se le adelantó, siendo el gran favorito.

Su cara en el podio era un poema, el mundial para cualquier ciclista es lo increíble, para un italiano, el viaje al cielo.

¿Una carrera? Lieja de 1997

Aquello fue un abuso, una carrera de esas que nunca olvidas, un frenesí de no sé cuántos kilómetros en un pulso a tres con Bartoli entre dos ONCE, Zulle y Jalabert, para más señas.

Escapados con ambos, el italiano no se cortó ni un pelo, entró a los relevos y encajó todos los golpes hasta que, a menos de un kilómetro de meta, hizo del muro de Ans la tumba deportiva de Jalabert.

Aquel día, el bicho fue demasiado, como lo sería Vandenbroucke para él un par de años después.

Imagen: L´Equipe

 

 

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