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Ciclismo antiguo

La larga sombra de Vinokourov

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No hace muchos días y un tanto casualmente, tuvimos la oportunidad de mantener un intercambio de impresiones con un buen amigo, que viene siguiendo muy de cerca las diversas vicisitudes que a diario nos viene mostrando el deporte de las dos ruedas, una afición que llevamos los dos muy adentro y de años.

Hablando y hablando, no pudimos por menos que comentar el inesperado desfallecimiento que tuvo el holandés Tom Dumoulin, cuando vestía la camiseta roja que distingue al líder de la prueba, a raíz del desarrollo de la penúltima etapa, con final en la localidad de Cercedilla, en donde los ciclistas supervivientes debieron salvar cuatro puertos de primera categoría, situados estratégicamente a lo largo de un recorrido un tanto intrincado y de consabida dureza.

Fue en el segundo paso por el Alto de la Morcuera, cuya cima se levanta a 1.796 metros de altura, en donde Dumoulin, oriundo de la ciudad de Maastricht, sufrió una fuerte crisis física de la cual ya no se recuperó en lo que restaba de etapa. Hubo algunos momentos en la que nos pareció que iba recuperando con no poco sufrimiento el tiempo perdido. Pero lo cierto fue que, paulatinamente, la triste realidad, perdió el empuje de manera notable, sin piedad. El ciclismo es un deporte que muchas veces no perdona. Es algo que todos lo sabemos, seamos practicantes o no lo seamos.

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A la vista de la debilidad con que se encontraba Dumoulin, aparecieron en la primera línea de fuego los componentes del equipo Astana, enfundados con sus camisetas de color azul celeste, que se pusieron a trabajar muy intensamente con el propósito de poner en situación comprometida al corredor holandés atenazado o saturado por el esfuerzo. Los domésticos de la aludida escuadra llevaron consigo tras sus ruedas al corredor transalpino, Fabio Aru, oriundo de la isla de Cerdeña, que gracias a sus dotes de escalador nato pedaleó con decisión hacia la meta, su sueño, en donde reconquistó el codiciado puesto de líder, un puesto que conservaría hasta su conclusión en apoteosis en Madrid. Gloria para uno y desesperación e impotencia para otro. Así se saldaron las cuentas de manera inaudita casi e inesperada. Fue una jugada muy emocionante que no olvidaremos con el pasar de los días.

La sombra alargada de Vinokourov

¿Y qué fue de aquel ciclista llamado Alexandre Vinokourov que se adjudicó la Vuelta a España del año 2006 casi de la misma manera que lo ha conseguido ahora el italiano Fabio Aru en la presente edición? ¿Qué sucedió en aquel entonces bajo la acción certera del ciclista de Kazajistán, que vestía precisamente los colores del equipo Astana, los mismos al que representa hoy Aru?

Son preguntas que trataremos de responder, y que delatan una cierta similitud con lo que acaba de acontecer en la ronda española, que acaba de cumplir su 70ª edición, un eslabón ya longevo y con mucha historia. Vamos, pues, a puntualizar sobre aquel suceso que aconteció hará ya nueve años, y que hemos querido dar luz en las páginas de El cuaderno de JoanSeguidor.

Para ello nos debemos de remontar, repetimos, al año 2006. En aquella Vuelta participaba el kazako y conocido Vinokourov, que figuraba encuadrado en el equipo Astana, una formación que llevaba varias temporadas dando vida al ciclismo en ruta. Desde la novena etapa se había colocado como líder de la prueba el murciano Alejandro Valverde, que daba, además, la sensación de que iba a conservar tan atractiva prenda hasta su conclusión.

Por otra parte, Vinokourov, que no había entrado con buen pie desde sus inicios, fue con el transitar de las etapas de menos a más, rematando la jugada, inesperadamente desde luego, en la decimoséptima jornada que culminaba en Granada. Vinokourov, en colaboración directa con su equipo, se percató de que Valverde no tenía su día, motivo por el cual la escuadra entró sin pensárselo dos veces a lanzar un ataque fulminante y a todas luces sumamente acertado.

Parecía que Valverde, sin embargo, recuperaba su golpe de pedal. Poco le faltó para llegar a neutralizar a los ciclistas disidentes. No pudo superar una segunda y terrible envestida que dio como resultado el de que Vinokourov, el principal beneficiario, conquistara el primer puesto de la general en detrimento de Valverde, moralmente malherido, que tuvo que bajar velas ante su impotencia para soportar el golpe por parte de sus insistentes oponentes.

Las jugadas paralelas del equipo Astana

En la etapa siguiente, la decimoctava, en una exhibición a dúo integrada por Alexandre Vinokourov y su compañero de fatigas, Andrey Kashechkin, sirvió de todas a todas para reasegurar su primer lugar que ya poseía. En las duras revueltas que llevaban a la cima de la Sierra de La Pandera, punto de meta, se ultimó la batalla definitiva. Quedó escrita aquella página gloriosa protagonizada por el ciclista kazako, que había asentado, en consecuencia, su triunfo absoluto.

Su compañero, el doméstico Kashechkin, que tanto contribuyó en este golpe de teatro que nadie vaticinaba, consiguió a su vez y un poco de carambola el ocupar el tercer lugar que le valía pisar podio. Valverde, el adversario frustrado en la postrera semana, tuvo que conformarse con una segunda posición de mérito, pero que ya no le ilusionaba, tras los varios días en los cuales pudo saborear las mieles de un posible triunfo que no llegó y que había estado al alcance de su mano. Perdió la Vuelta con una desventaja maléfica de un minuto con 12 segundos tan sólo. No había nada más que comentar ante unos hechos consumados.

La conclusión definitiva es que la sólida escuadra Astana, tanto en el año 2006 como ahora en el 2015, estableció o ha establecido sobre el asfalto de la carretera una oportuna estrategia con clarividente sentido táctico e incluso, si se quiere, con una malévola astucia. Las citadas fechas que acabamos de señalar muestran un parejo y curioso paralelismo. No en vano el manager actual del mencionado equipo resulta ser Alexandre Vinokourov.

Por Gerardo Fuster

Imagen tomada de www.rtve.es

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Ciclismo antiguo

1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo

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Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno

La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.

No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…

Testimonios no faltan.

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Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.

#DiaD 20 de abril de 1994

En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.

En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.

La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.

En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.

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Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.

Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:

Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.

En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…

Imagen: Cronoescalada

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Ciclismo antiguo

Amstel Gold Race by Jan Raas

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Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas

Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».

Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.

Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.

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Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz 

Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.

Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.

Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.

Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.

Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.

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Éste era Jan Raas

Integraron con él el Ti Raleigh, Gerrie Knetemann, Henk Lubberding y un ciclista de apellido impronunciable, Bert Oosterbosch, quien posiblemente alimente parte del exorcismo presente que mantienen en Países Bajos frente al dopaje.
El de Eindhoven pudo ser por edad y ciclo competitivo uno de los pioneros en el uso de EPO.
Hay opiniones encontradas, pero lo que es constatable es que fue encontrado muerto por paro cardiaco a la edad de 42 años.
Con el tiempo Raas sería mentor de otro gran equipo holandés, la Buckler, ese bloque de los noventa compuesto por tremendos gigantones, el origen del actual Jumbo.

En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo

Abrió por entonces el mejor periodo jamás logrado a título individual en la fiesta ciclista nacional y holandesa.
En sus orígenes, la Amstel debió partir de Amsterdam para acabar en la zona del Limburgo, lo que viene a ser la única montaña del plano estado bañado por el mar del Norte.
Las primeras salidas se tuvieron que ir finalmente a Breda, donde la rendición.
Mucho más joven que sus coetáneas valonas, la Amstel nació en 1967 si bien antes su creador, Herman Krott, logró que la empresa cervecera patrocinara un equipo amateur.
La Amstel surgió en cierto modo como culminación a los muchos critériums que poblaban el calendario nacional.
Eran muchos pero casi sin entidad.
Los Países Bajos que tan buenísimos ciclistas tenían necesitaban un acontecimiento de primer orden.
Si Limburgo es su hábitat, el Cauberg, su faro.
Raas tiene aquí su lugar fetiche, pues al margen de ser campeón del mundo, encadenó cuatro éxitos aunque alguno embarrado en la polémica como en un raro transitar de los coches de carrera que le acabó por beneficiar frente a Francesco Moser en 1979.
El ciclo de Raas lo interrumpió Bernard Hinault, cuando lo relegó a la quinta plaza una vez batió a De Vlaeminck.
Al siguiente Raas volvería a ganar.
Cinco veces campeón, el fenomenal ciclista tulipán es destacadísimo recordman de esta carrera pues lejos se ubican Knetemann, Merckx y Jaermann, dos veces ganadores, y Gilbert, con triple corona cervecera

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El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…

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1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain

No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.

Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.

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Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.

Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.

Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.

De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.

Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.

Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.

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Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.

Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.

Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.

Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.

El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.

Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.

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Francesco Moser, “signore Roubaix”

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En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial

La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.

Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.

Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.

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De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.

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Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.

Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.

En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.

Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.

Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.

En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.

En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.

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