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Mundo Bicicleta

Ciclismo en Flandes, por las rutas que construyeron la fe

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Ciclismo en Flandes JoanSeguidor
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Recortes peregrinos de una ruta que abrió para nosotros la profundidad del ciclismo en la tierra de Flandes

Nos cuentan que el «flandrien» es un ciclista duro, que compite hasta que su rostro se torna irreconocible, que cruza la meta con un brillo especial en la cara y el pelo húmedo, que angula sus brazos, acerca el mentón al manillar y baja la espalda porque no ve más acá del umbral del dolor.

Es un tipo que no se queja, que no mira al cielo cuando pone el pie en la ruta.

El «flandrien» auténtico» calzaba bicicletas de acero de trece kilos, llevaba el tubular a modo de chaleco y desparramaba su capacidad física, que no era poca, por el itinerario.

Kern Pharma

Oudenaarde JoanSeguidor

Ni Toni ni un servidor somos «flandriens», somos en todo caso, admiradores venidos del sur, para acercarnos lo más posible en esas sensaciones originales que cincelaron uno de los ciclistas más idealizados del universo de la bicicleta.

Nosotros no partimos hacia la conquista del Tour de Flandes, en todo caso, ser parte del lugar, donde no es difícil pasar desapercibido si vas en bicicleta.

El cielo está blanco, a veces azul «habéis traído el sol con vosotros» bromean, pero la lluvia nos va a respetar.

El frío flota en el ambiente, es noviembre, mediados, la hoja ha caído, y la que no mecha de ocre un paisaje por lo demás lineal, salpicado de alguna pequeña colina, que seguramente encierre algún adoquinado tramposo.

Son unos cinco grados.

Dries Verclyte, nuestro anfitrión de Cycling in Flanders, nos invita a una ruta por algunos de los parajes que cada año vibran no sólo con De Ronde, también con muchas de las grandes carreras del calendario belga y otras, las menores, que sirven para inocular este amor por el deporte, el paisaje y la tierra que en Flandes se llama ciclismo y que es una cultura que trasciende a lo meramente cotidiano.

ciclismo en flandes ruta en bicicleta JoanSeguidor

Los primeros kilómetros nos llevan de Oudenaarde hacia la base del Oude Kwaremont.

«Recibiréis un gratificante masaje y gratis» bromea Dries que aprovecha para señalar al horizonte: «Ahí, donde ese pequeño campanario blanco, tienes la cima del Koppenberg».

El ciclismo en Flandes es relajante: rodar sin más intención que respirar su aire, cortante por el frío, algo reseco, estamos a unos 100 kilómetros en línea recta de la costa, entremezclado con los «aromas» que vienen de las continuas granjas que dejas a los lados.

Es relajante por que no vamos enfilados en un pelotón con cien lobos jugándose el pan y por que el viento ese día estuvo en calma.

Los elementos también hacen el ciclismo de Flandes.

También lo es por el tráfico, casi inexistente en muchos tramos, con una completa red de carriles exclusivos para bicicletas que dejan ajeno a ese peligro que quita el sueño a muchos ciclistas.

Pronto llegaremos a la base del Oude Kwaremont, desde hace siete años, el punto clave en la decisión del Tour de Flandes, desde el momento que instaurara el circuito que actualmente decide la carrera.

Es una subida de dos tramos, unidos por un falso llano intermedio.

En él adivinamos que los laterales permiten «navegar» ajenos al adoquín, que es molesto, maltrecho, llevando tu ruta a un completo azar.

«Aquí no es tan importante la cadencia, como en los grandes puertos del Tour, aquí hay que tirar de cuádriceps, de fuerza, chepazos, parte central del manillar y para arriba» sugiere Dries en el asfalto que precede la subida.

El adoquinado tiene algo de «panza» por el centro, conviene irse a los lados, pero no mucho para no correr la suerte de Peter Sagan, a cuarenta por hora, cuando se enganchó a la valla y se fue al suelo Naessen y Van Avermaet con él.

Fue en la edición que ganó Gilbert, cincuenta kilómetros escapado, desde la escabechina de Boonen en la capila, Geraldsbergen, emblema que no podemos visitar, pues queda algo más alejado.

El Kwaremont queda atrás y viramos hacia el Paterberg

Si el primero se va a más de dos mil metros, éste no llega a los 400.

En su base, momentos antes de abordarlo, a nuestra derecha dejamos una granja, una más, podríamos pensar, per ésta es curiosamente de un animal andino, de llamas ¿qué haría ahí?

El Paterberg es un espejismo, una recta en mejor estado que el Kwaremont que parece una rampa de despegue, que gana desnivel según subes.

La inclinación final brilla, el sol ciego del otoño, casi invierno, flamenco, ilumina pero no calienta, le da al lugar un aspecto onírico que nos distrae de la verdadera dureza de la rampa.

En la cima del Paterberg tomaremos ruta a la izquierda, deshacemos por otra carretera el camino hecho, porque Flandes en estos lados, es estrecho, íntimo y revirado, un sorteo de curvas y contracurvas que pone en ventaja a la gente del lugar, de ahí que dos tercios de las ediciones De Ronde hayan sido para ciclistas del lugar.

De Ronde: Si el Kwaremont ha sido el muro + frecuentado el Paterberg tiene el desnivel + pronunciado, un 20,33% en su aliento final


Dries nos pone al corriente, vamos camino al Koppenberg.

Sobre el Kopperberg alecciona: «Ninguna otra carrera lo cruza, sólo el Tour de Flandes y eso que estuvo varios años sin subirse. Es sin duda el tramo más duro y en peor estado de todos los de la zona«.

Si una subida ilustra el ciclismo en Flandes es el Koppenberg.

Y así nos sumergimos en esa atmósfera que estrecha, recargada, no diría que asfixiante, pero sí mística, oscura, con recodos ponen en alerta nuestra máquina, una suerte de «toro bravo» que no se deja domar.

El Koppenberg es salvaje, el espacio es el que es, escaso y la estrechez obliga a ser certero en la trayectoria, más si eres parte de la manada de lobos que opta a la gloria en la meta de Oudenaarde.

Su pico de pendiente rebasa el 19%.

Ciclismo en Flandes Koppenberg JoanSeguidor

Nos sentimos «flandriens», no tanto por nuestro rendimiento, como por formar parte del paisaje, participar de la tortura de un firme hostil, cuyo hormigueo te acompaña durante los primeros metros de llano que siguen cada adoquinado.

Pero al ciclista medio le gusta sentir ese dolor que le aproxima sus ídolos, en un escenario que tiene árboles por techo y restos del reciente Koppenbergcross, el de «todos los santos» que tuvo lugar días atrás.

Coronar su recta final es haber atravesado el tramo más auténtico de De Ronde, un espacio para la ensoñación que habla de lo complicado que es todo esto para un pro.

«Decididamente son de otra pasta» convenimos arriba.

La ruta, perfectamente señalada de forma perenne, prosigue hacia la calle del Tour de Flandes.

La sucesión de ganadores escritos en el suelo, con su año, nos advierte de lo trascendente del lugar.

ciclismo en Flandes estatua creador del Tour de Flandes JoanSeguidor

Antes de llegar a la mitad, el memorial de Karel Van Wijnendaele recuerda al creador de la carrera, hace más de cien años, siguiendo el patrón de otras grandes competiciones ciclistas: ante la necesidad de contenidos que ayudaran a vender más diarios, se organiza una carrera que no era otra cosa que una vuelta a Flandes, en el más estricto sentido de la palabra, con salida y llegada a la ciudad de las tres torres, Gante.

324 kilómetros tuvo aquella locura en 1913, años previos a la Gran Guerra que tantos capítulos se cobraría en los campos de Flandes, los que hoy mecen el mejor ciclismo del mundo.

La ruta prosigue por las flechas del Tour de Flandes dirección la cota favorita de Tom Boonen, ahí donde siempre gustaba tensar la cuerda.

El Taaienberg es una recta de medio kilómetro en la que la primera selección tenía lugar.

El sitio de Tom, el corredor que venera una esta región entregada al ciclismo, el digno portador del tesoro que un día guardó Johan Museeuw, como Stijn Devolder, como Peter Van Petegem y esos contemporáneos que un día nos abrieron la puerta de ese sueño que es el ciclismo en Flandes por un viaje que justo acaba de comenzar.

Continuará…

 

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De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia

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Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después

La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?

Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….

Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.

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Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.

Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.

Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.

Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.

Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.

Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.

Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.

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Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.

En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.

Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.

Por Unai Yus

Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain

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Las gran fondo by Rose Bikes…

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Mundo Bicicleta

Col de Turini, del motor al Tour

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El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul

En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini

Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.

Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.

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Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.

Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.

Y llegamos al Col de Turini…

Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.

Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.

Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.

De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.

Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.

Ya veremos.

Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.

Un puerto de cine.

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El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».

A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.

Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.

Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.

El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.

Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.

La legendaria generosidad de René Vietto

¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…

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Ciclismo antiguo

Mende siempre será la cima Jalabert

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Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain

Ese año 1995 estaba siendo el año de Jalabert, la brutalidad más grande jamás vista y Mende entraría en la geografía del éxito del francés.
Cuando hablamos con él durante el confinamiento, la verdad es que le daba bastante igual que le llamaran «cima Jalabert

Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?

«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»

Mende es un lugar insertado en el Macizo Central francés que sea como fuere para los siglos quedará como la cima Laurent Jalabert.
La inequívoca figura del mejor ciclista galo de los últimos 20 años fue aquel día de julio del 95 el cuchillo que resquebrajó la resistencia de Miguel Indurain y los suyos en una de las jornadas que quedaron grabadas a fuego en nuestra conciencia.
La pizarra del entonces rosáceo equipo de la ONCE echó humo en aquella travesía por los montes de Lorèze ataviando el mejor ataque que jamás sufriría Miguel. Con la sapiencia de que cerca de meta era tarea imposible importunar al titular del maillot jaune, la cosa quedó en mover la carrera desde lejos, tanto que 200 kilómetros se hicieron cortos.
La fuga que hizo temblar los cimientos del Tour la integraron tres ONCE más otros tantos italianos.

 

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A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.

Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.

En Banesto no daban crédito.

Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.

En la subida final Jaja se deshacía de todos sus rivales.
En la recta del aeródromo, un 14 de julio, al cielo, el de Mazamet sumaba una victoria antológica, algo no visto desde que Chiapucci se armara de valor hacia Sestriere.
A aquellos que nos empañaron la mirada aquel día.
Muchas gracias.
Imagen: Graham Watson

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Mundo Bicicleta

En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo

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«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»

La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.

Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.

Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.

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Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.

El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.

Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.

Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.

El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.

Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.

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Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.

Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.

Por Jordi Escrihuela

Imagen: Ciclismo Épico

 

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