Ciclismo antiguo
Los cinco momentos top de la década ciclista
De Florencia a Montalcino, los cinco momentos top de la década ciclista
Cada uno tendrá los suyos, más faltaba, pero la matemática no es subjetiva como el recuerdo y habrá tantos top 5 de la década ciclista como lectores pasen por estas líneas.
Nosotros estamos muy en sintonía con casi todo esto…
Se acaba la década. Aquí van mis diez momentos favoritos:
1) Andy Schleck en el Galibier.
2) La última vuelta de Florencia 2013.
3) Flandes 2011.
4) Roubaix 2016.
5) Río 2016.
6) Montalcino.
7) AGR 2019.
8) Stannard en OHN.
9) De Gendt en el Stelvio.
10) Gante-Wevelgem 2015.— Cuadernos del Ventoux (@CdelVentoux) December 12, 2019
Pero nos guardamos alguna baza si nos pedís los cinco momentos top de la década ciclista que dejamos atrás, por mucho que oigamos que la nueva empieza en un año.
Empezamos el repaso de momentos top de la década ciclista obviamente por la carrera de las carreras, la madre de todas juntas.
Florencia, mundial, año 2013.
En la ciudad donde apuraron su talento mentes imposibles de volver a disfrutar, el ciclismo rozó la perfección.
«Puro vete para delante que yo corto» cuando esas palabras saliendo de la boca de Alejandro Valverde hacia Joaquim Rodríguez el corazón se heló, entró en el letargo de la lluvia eterna que acompañaba el pelotón desde la amurallada ciudad de Luca y había hecho una criba bestial.
Un corazón helado, luego roto cuando Rui Costa alcanzo y el ganó el mundial a Purito.
La mejor última vuelta de los tiempos, un recorrido mentalmente hecho millones de veces por el aficionado medio que acabó de la peor forma posible: plata y bronce para la mejor selección español que vimos, y veremos, en mucho tiempo.
Florencia, año 2013, donde genios se hicieron eternos, ahí mismo, el ciclismo fue una obra de arte
Por que aquella carrera memorable no debe hacer perder el duelo de los tiempos, Cancellara, Wiggins y Tony Martin, una contrarreloj que fue una obra de arte, la obra de arte.
Por que el ciclismo que nos emociona no entiende de banderas hubo una carrera, en el norte, muy al norte, tanto como en el infierno, que nos dejó sabor a poco en todo lo que vino después.
Entre París y Roubaix, año 2016, el ciclismo fue un monumento, el monumento, el pasillo a la inmortalidad para Tom Boonen y… Matthew Hayman.
Una carrera corrida a cuchillo a cien de meta, que pudo acabar con un corredor más coronado que nadie en la historia de Roubaix y que finalizó con un australiano que hoy frecuencia aeropuertos recogiendo el adoquín más preciado.
El manual de Quick Step lo tuvo todo previsto menos ese ciclista alto, corpulento venido de las antípodas que habría de amargar el trago a los más acérrimos.
Tom no pudo, pero ahí estuvo, cortando la respiración al viejo De Vlaeminck… durante muchos kilómetros.
A la cima del Galibier se fue el Tour el año que pasaron cien años que la «Grande Boucle» hoyó el gigante alpino.
Y a la cima del Galibier voló el pequeños de los Schleck, tras un Tour de vergüenza, girando la cabeza ante un Contador que estaba KO por su esfuerzo en el Giro y la sanción que le habría de venir.
Andy Schleck sí que fue un campeón que pasó solo la Casse Désérte y siguió hasta la coronilla del Galibier, solo, con la ayuda de un Montfort excelso y unas piernas que fueron oro, el poco tiempo de que duraron.
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Algunos alegramos que Cadel Evans ganara aquel Tour, por el tibio Andy, el tiempo ha situado al que habría de ser gran rival de Contador en su sitio con una de esas gestas que, ocho años y medio después guardamos en el tarro de las esencias.
La última semana del Giro 2016 no es un momento, es un momentazo prolongado siete días.
Luego nos preguntan por qué cojones amamos a Vincenzo Nibali.
Mirad a cuánto salió del líder en la cronoescalada, a siete días del final, y cómo finalizó.
Nibali, top 5 de nuestra década ciclista, tejió una remontada que empezó desde el mismo Agnelo, el techo entre Francia e Italia, y la posterior caída de Stveven Kruijswijk contra una pared helada.
Fue la semana del Giro de las maravillas, un circo de monos y trapecistas que premió la valentía de Nibali, ese corredor que nunca has de dejar vivo, porque a la vuelta de la esquina, en el siguiente viraje dará cuenta de ti.
Con aquel Giro, la italiana fue la mejor grande de la década ciclista, sólo comparable a la de seis años antes, a de 2010, una carrera que se corrió a pelo, inocente, sin saber que daría ese barro recién regado camino de Montalcino, fango domado por el campeón del mundo Cadel Evans.
Aquella jornada fue tan icónica, que las imágenes aún se utilizan en teasers, pero no sólo eso, fue la puerta a una carrera mágica, aquella etapa de L´Aquila bajo el diluvio, que se resolvió porque Ivan Basso tuvo a Vincenzo Nibali en el descenso del Mortirolo.
Aquel día David Arroyo pudo haber entrado en la galería del Giro, en el mismo sitio que se coronó Carapaz este año, en la Arena de Verona, la almendra romana donde dejamos esta historia esperando en diez años saber dónde nos han dejado el listón.
Ciclismo antiguo
París-Niza 1989, el primer gran Indurain
Con esa victoria en la París-Niza, Miguel Indurain se postulaba en los escenarios grandes
En el baúl del recuerdo, mirándolo ahora, y gracias a la invitación de los amigos de Pedal Vintage, uno se percata del valor que tuvo aquella París-Niza de 1989 para Miguel Indurain.
El mocetón ya había dado algunas claves de su clase, un crecimiento contenido bajo las recomendaciones de reputados médicos que hablaban del portento que estaban cultivando en el inolvidable Reynolds.
El año anterior, 1988, había formado parte del equipo que acompañó a Perico en su Tour, con ese famoso capítulo del Peyresourde en el que empezó a descolgar a gente y casi se quedó solo.
A las pocas semanas ganaría la primera de sus tres Voltas.
Pero el año 1989 fue otra cosa, fue pisar suelo francés y seguir su idilio con el país vecino, donde ya había triunfado en un Tour de la CEE, lo que hoy sería el Avenir.
En esa París-Niza, Miguel Indurain anticiparía cosas que habrían de pasar durante los años venideros.
El inicio en París, lo ganó el prologuista por excelencia, Thierry Marie, pero con Indurain ceca, a cinco décimas de segundo, y por delante de los dos grandes favoritos, Laurent Fignon y Stephen Roche.
El navarro ya había puesto el pie en la carrera y de ahí nadie le apartaría, ni siquiera una mala crono por equipos de 58 kilómetros en medio de una carrera de una semana de duración.
Aquel era otro ciclismo.
Pese a la mala crono por equipos, y eso que Reynolds iba con Gorospe y Mauri, entre otros, Indurain utilizó un par de jornadas consecutivas para de remontarle el minuto veinte que el joven Laurent Bezault, el «nuevo Jeff Bernard» le llamaron, le había tomado al final de aquel test colectivo.
Fueron dos movimientos tan significativos como premonitorios.
En el Mont Faron, Indurain se pone en cabeza del grupo de los grandes desde el inicio, y hace de la preciosa subida a orillas del Mediterráneo el primer gran filtro de la carrera.
Uno a uno, un goteo sin fin tras la estela del ciclista del Reynolds que le sacó los colores hasta el mismo Stephen Roche, el gran favorito, toda vez que Laurent Fignon se había retirado (ganaría en San Remo a los pocos días.
Café para muy cafeteros pic.twitter.com/mDT1mUvCnf
— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) April 23, 2024
Al día siguiente, una jornada de media montaña hace el resto. a poco de coronar el Col de Vignon, el vigente ganador del Tour, Pedro Delgado hace destrozo en el pelotón y lanza a su compañero cuesta abajo.
Miguel Indurain cogería al fugado, su futuro compañero en Banesto, Gerard Rué, y entre ambos disparan la diferencia hasta más allá del minuto.
Con el navarro de líder, sólo quedaba defender la renta en el Col d´Eze ante el «hiperespecialista» Stephen Roche quien se queda a 13 segundos de la gesta.
Sin saberlo, había perdido el irlandés ante el inminente monstruo del ciclismo, un poderío latente que en ese 1989 despertó del todo, incluso en el Tour, en un lugar llamado Cauterets.
Imagen: @crstobalcabezas
Ciclismo antiguo
Briançon, Lieja & Valkenburg, las 3 esquinas del ciclismo
Grandes vueltas, monumentos, ciclocross… esto ocurre en Lieja, Briançon y Valkenburg
Hay lugares en el bello globo bendecidos por la naturaleza, la belleza o el azar. En ciclismo hay tres en concreto que beben de su ubicación y extraordinaria tradición. Supongo que podréis añadir alguno más, pero a mi se me ocurren estos tres: Lieja, Briançon y Valkenburg.
La primera la conocéis de sobra, es noticia una vez al año, fijo, cuando no más.
Es la cuna de la decana, la Lieja-Bastogne-Lieja porque era el trayecto que encajaba para que los periodistas fueran y vinieran en tren el día de carrera, siguiendo al pelotón.
Por Lieja además pasa el Tour de forma recurrente, si no es directamente, en tránsito
Por Lieja discurrió incluso una edición de la Vuelta a España y en Lieja se han jugado varios campeonatos del mundo.
Incluso Lieja ha albergado el mundial, recuerdo uno en tiempos de Mariano Cañardo cuando los italianos monopolizaban la contienda.
Luego está Briançon, ahí en el valle, encajada entre Izoard y Galibier, en medio de un océano de cimas con nieves perpetuas, en una encrucijada, cerca de Italia, de Sestriere, la puerta al valle de Aosta.
Briançon y su ciudadela han visto el mismo año el Giro y a las pocas semanas el Tour de Francia
Si no es final de etapa, es ciudad de paso. En el olimpo de los lugares ciclistas, está tocada.
Ciudades bendecidas por el ciclismo: Lieja, Briançon y… Valkenburg.
Aunque si queréis que os seamos sinceros, lo de Valkenburg es rizar el rizo.
Encajada en el Limburgo, la ceja de las Árdenas donde los Países Bajos dejan de ser bajos.
En el corazón de la vieja europa la ciudad neerlandesa es al ciclismo lo que Old Trafford al fútbol, la catedral del circo de las dos ruedas, un idilio del lugar, de la gente y el paisaje con la bicicleta.
Valkenburg tiene por descontado el ciclismo anualmente siendo ciudad de paso, mil veces, y meta de la Amstel Gold Race, la fiesta nacional neerlandesa de la bicicleta y el ciclismo.
Valkenburg ha puesto en el mapa un enclave como el Cauberg, la violenta subida en la que Philippe Gilbert hace estragos, habiendo ganando varias veces la Amstel Gold Race y siendo, incluso, campeón del mundo.
La ciudad del Valkenburg, modesta en dimensiones y población ha sido sede de los Campeonatos del Mundo de ciclismo en carretera cinco veces. Nada más y nada menos.
Cinco mundiales de ciclismo han acontecido en Valkenburg
Viajamos a 1938 y conocemos a marcel Kint, alemán, que se convierte en campeón mundial.
Diez años después, y tres ediciones más allá, por el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, Valkenburg corona a Alberico Schotte, el belga que sacó petróleo de la increíble rivalidad de Bartali y Coppi, anulados en un marcaje imposible.
Año 1979. Jan Raas, el especialista en la Amstel, saca oro de Valnkenburg que bate al sprint a Thurau y Bernaudeau.
Ya en el 98, Oskar Camenzind, suizo de Mapei, se corona campeón el día que todos miraban a Michele Bartoli bajo el diluvio de septiembre limbugués.
El Tour tambièn ha aterrizado por Valkenburg, dos veces además. Ganaron Giles Delion, prometedor francés, en 1992, y Matthias Kessler, alemán de final infeliz, en 2006.
Pues bien, con este bagaje, con una infinidad de carreras, pruebas y eventos relacionados con las dos ruedas, el Campeonato del Mundo de ciclocross aterrizó hace cinco años en Valkenburg.
Imagen: G.Demouveaux
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
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