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Mundo Bicicleta

Durante el confinamiento, he viajado pedaleando más que nunca

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Un Camino de Santiago, un par de Transpirenaicas, alguna vuelta al Mundo y hasta un Everesting en el Páramo de las Letras durante mi confinamiento 

Todo esto y mucho más, más de mil kilómetros después de bicicleta estática, sudando a chorros, atravesando países y continentes sin moverme del salón de mi casa desde que empezó el confinamiento, pedaleando mínimo una hora al día.

No, no creáis que me he convertido en un delincuente saltándome el aislamiento para salir con mi bicicleta, haciendo caso omiso del estado de alarma decretado.

No, para nada.

Kern Pharma

Tampoco penséis que he sido un terrorista a pedales escapándome con mi bici a otras regiones y otros lugares, con alevosía y, quizás, nocturnidad.

No, tampoco.

Y sin embargo, he vivido la aventura de viajar en bicicleta de diferente manera, dejándome seducir conociendo otras tierras, otros paisajes y otras gentes.

Todo esto sin saltarme el confinamiento.

¿Cómo?

Pues quedándome en casa y sacándole humo al rodillo durante la hora diaria que he dedicado a practicar mi deporte favorito sin moverme del sitio.

¿De qué manera?

De la única forma en el que este martirio de estar 60 minutos pedaleando sin ir a ninguna parte puede ser algo, por qué no, provechoso, satisfactorio, entretenido y toda una aventura en sí misma.

 

El ritual siempre ha sido el mismo: ponerme maillot y culotte, prepararme un bidón lleno de agua, una toalla colgada en el manillar y subirme al potro de tortura, situándome delante de mi televisor.

Desde esta privilegiada posición, sentado en mi bici estática, no he necesitado pasaportes, ni visados, ni permisos especiales, tan solo conexión a YouTube y teclear la palabra mágica “cicloturismo” en su campo de búsqueda.

Y, de repente, miles de aventura a mi alcance para soñar viajando y conociendo mundo, aliviando en parte ese viajero interior que se puso a salvo del coronavirus.

A través de ese canal, he podido pedalear a multitud de sitios que en muchos casos escapaban a mi imaginación.

Lo he hecho desde casa, siguiendo las recomendaciones de las autoridades competentes, pero ahora no me arrepiento, al contrario, he disfrutado y gozado en primera persona de estos viajes virtuales, al igual que sus protagonistas, experiencias muy bien narradas de muchos de estos aventureros que se han subido a una bici para vivir experiencias de todo tipo.

Ciclo viajeros que han pedaleado por otros países, por otros continentes, en bicicleta, que han optado por este estilo de vida considerado por muchos como una forma de nomadismo moderno.

Sin moverme del salón de mi casa, he sentido la libertad de su movimiento, de su autonomía y autogestión, igual que si lo hubiera hecho yo mismo.

Empecé siguiendo al periodista Guilherme Cavallari en un recorrido por la Patagonia chilena-argentina: 5800 kilómetros recorriendo durante seis meses, y sin rumbo fijo, paisajes únicos.

Después, y sin moverme del continente sudamericano, me desplacé hasta Colombia para ponerme a rueda de Sebastian Gil y Miguel Olarte en su doble ascensión al mítico Páramo de Letras en el que hicieron historia al acumular la altura del monte Everest con sus 82 kilómetros de ascensión.

Una proeza extraordinaria.

Después de aquí, crucé el charco y di el salto hasta la Península Ibérica, concretamente hasta Pirineos para seguir al equipo de Imparables en su travesía “coast to coast”.

Fue una aventura preciosa en la que he podido revivir la aventura de la Transpyr Backroads durante más de 1000 kilómetros, casi 20.000 metros de desnivel ascendido y los 44 puertos de montaña que tuvieron que afrontar, acompañándolos desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico.

Durante aquel precioso y exigente recorrido he disfrutado de la compañía de Santi Millán, Ibon Zugasti y Tomi Misser, entre otros muchos conocidos, y otros no tanto, cicloturistas combativos.

Como me gustó mucho esta gran aventura, seguí con la idea de hacer otra nueva Transpirenaica, así que manos a la obra decidido a perseguir las seguras y rápidas ruedas de los chicos de Txema Delos, que pedalearon por el trazado clásico siguiendo la variante por el Pirineo francés, desde Rosas a Hondarribia, pasando por Bagneres de Luchon, Luz-Saint-Sauveur, Argeles Gazost, salvando todo los míticos puertos pirenaicos.

Han sido 7 días a rueda de estos chicos que iban como auténticas motos en sus ligeras bicicletas de carretera y, aprovechando la cercanía, decidí viajar hasta Bayona para acompañar virtualmente a Víctor Molina en su aventura de recorrer el Camino de Santiago a través del Camino del Norte.

Diez días hasta Santiago de Compostela para un total de 900 kilómetros.

Una bonita aventura a pedales.

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Como aún me quedaban días -muchos- me conecté al canal de Albert Sans para seguirlo en su “Vidaje”: una vida, un viaje en bicicleta, una vuelta al Mundo en la que cumplió el viejo sueño de vivir mil situaciones, tal y como él mismo nos relata: miedos, soluciones, regalos y lecciones, gentes, paisajes, instantáneas capturadas, músicas creadas, vídeos guardados y recuerdos tatuados en 74 minutos que susurran 7 años de rodaje.

Me quedó tan buen recuerdo de este viaje que no dudé en embarcarme en otro proyecto bastante parecido: “Pedal The World” del alemán Félix Starck, otra aventura alrededor del Mundo en bicicleta.

Félix se preguntaba: “¿Cuál es el significado de la vida?”

Algo que se cuestionaba todos los días hasta que decidió llegar al fondo de su inquietud: quería explorar el mundo por su cuenta, en bicicleta.

Sin entrenamiento, partió en junio de 2013 con más de 55 kg de equipaje y una cámara de vídeo para pedalear más de 18 mil kilómetros por 22 países con un solo objetivo: el sueño de la libertad absoluta y el descubrimiento de otras tierras y otras gentes.

He disfrutado mucho con él de su gran aventura: un documental basado en la vida y no en un guión.

Después de este tremendo reto, aún me quedé con más ganas de cicloturismo y alforjas, más nuevos países, más nuevas aventuras a lomos de mi bici estática virtual.

De esta manera he descubierto al que hasta ahora me ha parecido el más genial, didáctico y simpático nómada en bicicleta: el mallorquín Miquel Sorell, a través de su canal “ Ser Nómada”.

He de decir que es quien mejor me está haciendo pasar estas largas horas encima del rodillo y aún me quedan capítulos para rato, ya que el buenazo de Miquel, además de hacerlo muy entretenido, está dando la vuelta al Mundo en bicicleta, dejando atrás Mallorca, su tierra natal.

Desembarcó en Barcelona y empezó a pedalear hacia Girona para viajar en bici hacia el Este, cruzando Europa y Asia.

Desde allí trasladarse hasta América para finalizar en África.

Yo lo voy siguiendo.

Viaja sin ruta y sin planes, abierto a todas las realidades que se encuentre en su camino para inspirarse y seguir siendo nómada.

Cómo podéis comprobar, a lomos de mi bicicleta fija, he huido de competiciones virtuales y he apostado, sin moverme de casa, por el cicloturismo de alforjas, y no me arrepiento, es más, creo que cuando todo esto finalice, quizás pueda algún día acompañar en alguna etapa, a mi amigo virtual Miquel, quien ya es como si fuese de la familia y lo conociera de toda la vida.

Seguro que se alegraría, aunque a él lo que realmente le gusta es viajar solo, como buen nómada.

Y vosotros, ¿hasta dónde habéis viajado sin moveros de casa?

 

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De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia

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Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después

La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?

Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….

Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.

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Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.

Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.

Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.

Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.

Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.

Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.

Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.

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Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.

En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.

Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.

Por Unai Yus

Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain

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Las gran fondo by Rose Bikes…

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Mundo Bicicleta

Col de Turini, del motor al Tour

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El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul

En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini

Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.

Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.

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Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.

Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.

Y llegamos al Col de Turini…

Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.

Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.

Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.

De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.

Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.

Ya veremos.

Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.

Un puerto de cine.

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El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».

A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.

Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.

Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.

El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.

Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.

La legendaria generosidad de René Vietto

¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…

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Ciclismo antiguo

Mende siempre será la cima Jalabert

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Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain

Ese año 1995 estaba siendo el año de Jalabert, la brutalidad más grande jamás vista y Mende entraría en la geografía del éxito del francés.
Cuando hablamos con él durante el confinamiento, la verdad es que le daba bastante igual que le llamaran «cima Jalabert

Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?

«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»

Mende es un lugar insertado en el Macizo Central francés que sea como fuere para los siglos quedará como la cima Laurent Jalabert.
La inequívoca figura del mejor ciclista galo de los últimos 20 años fue aquel día de julio del 95 el cuchillo que resquebrajó la resistencia de Miguel Indurain y los suyos en una de las jornadas que quedaron grabadas a fuego en nuestra conciencia.
La pizarra del entonces rosáceo equipo de la ONCE echó humo en aquella travesía por los montes de Lorèze ataviando el mejor ataque que jamás sufriría Miguel. Con la sapiencia de que cerca de meta era tarea imposible importunar al titular del maillot jaune, la cosa quedó en mover la carrera desde lejos, tanto que 200 kilómetros se hicieron cortos.
La fuga que hizo temblar los cimientos del Tour la integraron tres ONCE más otros tantos italianos.

 

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A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.

Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.

En Banesto no daban crédito.

Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.

En la subida final Jaja se deshacía de todos sus rivales.
En la recta del aeródromo, un 14 de julio, al cielo, el de Mazamet sumaba una victoria antológica, algo no visto desde que Chiapucci se armara de valor hacia Sestriere.
A aquellos que nos empañaron la mirada aquel día.
Muchas gracias.
Imagen: Graham Watson

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Mundo Bicicleta

En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo

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«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»

La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.

Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.

Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.

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Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.

El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.

Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.

Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.

El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.

Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.

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Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.

Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.

Por Jordi Escrihuela

Imagen: Ciclismo Épico

 

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