Ciclismo antiguo
Euskaltel y los días más naranjas del ciclismo
Euskaltel es al ciclismo lo que el naranja a la paleta del pintor
En la ronda de charlas de este ciclismo confiando que estamos manteniendo, el Euskaltel y aquella famosa marea naranja que rebosaba por las cumbres de los Pirineos es el hilo de la de hoy.
Al otro lado del teléfono, Haimar Zubeldia, símbolo de aquella generación de corredores que puso ese maremoto naranja muy arriba, para hablar de esos años que dieron la medida de cuán alto puede llegar el corazón de un proyecto que espera seguir dando que hablar…
Haimar ¿qué era Euskaltel cuando tú subiste a pros?
«Era el referente para nosotros, no estaba al primer nivel que llegaría luego, pero nos motivaba ser pros en el equipo de casa. Hablo de los años 98 y 99, cuando todavía era un proyecto relativamente joven»
¿Cuándo subes tú al primer equipo?
«En 1998, fue especial, ahí dimos el salto dos guipuzcoanos, dos vizcaínos y dos alaveses, ahí íbamos Beloki, Gorka Gerrikagoitia y yo, entre otros. Para mí fue clave ganar el Campeonato de Euskadi amateur»
Recuerdos de esos años…
«Volví a estar con Julián Gorospe, que había sido mi director en Olarra. Empezamos a crecer como equipo y en ambiciones, enganchábamos a la gente»
El Euskaltel se hacía mayor poco a poco…
«Cada año subía alguien de aficionados, eso nos apegaba a la tierra, pero es que los resultados crecían, a mí me salió una buena Euskal Bizikleta, Beloki, podio en la Volta. Aquello no llegó de la noche a la mañana»
¿Recuerdas qué cambios notaste cuando te dijiste: «Ya soy pro»?
«Notas que empiezas como de cero, todo está más organizado, las ideas están más claras. Abres un libro en blanco con idea de llenarlo y aprender día a día, piensas en lo que puedes llegar a ser…»
Y debutas en una carrera que te marcó, debutas en el Tour
«Sí, fue en 2001, el de la victoria de Laiseka en Luz Ardiden. Recuerdo que fue muy duro, días en los que iba en la grupeta final, sufriendo los cambios del viento, un aprendizaje a marchas forzadas. Al año siguiente pasé quince días buenos, pero la tercera semana se me hizo pelota»
Hay un año en la historia marcado a fuego en Euskaltel, incluso en la historia de algo tan vasco como Orbea, es el 2003, aquel Tour fue la bomba
«Era mi tercer Tour, llegaba bien, con la idea de ganar la etapa, pero empezó bien desde el mismo prólogo de París, en el que estuve con el mejor tiempo mucho rato, al final acabé cuarto. Arrancar así fue bueno, incluso con la pérdida de la crono por equipos, porque luego llego Alpe d´ Huez y el triunfo de Ibán Mayo»
En el álbum de familia del Euskaltel, pero también en el Haimar, hay una foto que marca aquella época: dos naranjas con Ullrich y Armstrong en la cima del Tourmalet
«Fue tremendo. Recuerdo que antes de La Mongie, Armstrong muestra debilidad y Ullrich arranca. Iban Mayo, con ellos. Vinokourov iba conmigo atrás, pero veía que no caminaba así que decidí probar, ya en los túneles. Hice La Mongie solo y les cogí saliendo»
En ese momento se desató la locura…
«Íbamos por un estrecho pasillo de gente, gritos, pasión… y en medio de todo gente conocida, que me gritaba y animaba. Increíble»
¿Recuerdas alguno en especial?
«En la última recta reconocí a los organizadores de la Itzulia, a Jaime Ugarte y compañía. Ver toda esa gente, todos esos conocidos, en el Tour… impresiona mucho»
Dos Euskaltel con los dos más grandes personajes del momento, pasión, furia, atacando para el PODIO EN EL TOUR… pero, pasada la cima, Julián Gorospe, en el coche de equipo, os pide calma
«Cuando empiezas a bajar un puerto como el Tourmalet debes tener cuidado, los primeros metros son peligrosos, además a más me vino a la mente la caída que había tenido en Tour del Porvenir. Julián (Gorospe) nos pidió tranquilidad…»
Visto ahora ¿fue una oportunidad perdida?
«Fríamente, ahora, creo que es entendible, era la primera vez que estábamos ahí, a ese nivel, no es sencillo tomar una decisión, en cierto modo podemos decir que a nosotros, aquello ya nos valía»
Pero el podio estaba a tocar…
«Ya y nos acabaron adelantando Hamilton y Vinokourov»
Vaya nombres, Hamilton, Vinokourov, Ullrich, Armstrong…
«A posteriori salieron muchas cosas feas, da que pensar, claro, y te preguntas qué habría sido de ti sin ellos en competición, qué final habría tenido todo, pero es lo que hubo y no creo que quepa darle más vueltas»
¿Fuisteis conscientes de lo logrado?
«Costó, pero te das cuenta de lo que es el Tour y llegas a casa y vas de homenaje en homenaje, durante la carrera no eres consciente de lo que estás logrando?
¿Fueron aquellos días los mejores de la historia de Euskaltel?
«Posiblemente sí, desde luego encumbraron al equipo, pero no podemos olvidar que luego vinieron grandes nombres como Samu, Antón o Nieve»
Y ahí estaba la famosa marea naranja…
«Era increíble, en el Tour lo llenaban todo, un puerto como el Tourmalet no tenía hueco alguno, no sólo iba gente del ciclismo. Cuando cruzabas la meta y bajabas al bus te daba hasta miedo de la cantidad de gente que había, ahí te encontrabas de todo, amigos, familiares que te paraban, te cogían casi en volandas, aunque hay que decir que la gente siempre supo comportarse bien»
A los diez años Euskaltel decía adiós al ciclismo
«Lo viví muy triste. Sé que había una presión enorme por los dichosos puntos UCI y que la gente no acabó de entenderlo»
Pero este rarísimo 2020 nos ha devuelto Euskaltel al pelotón…
«Es ilusionante. Desde la parte que me toca, desde Etxe Ondo, ves que las cosas vuelven a salir, poco a poco. Que Euskaltel volviera nos saco una sonrisa a todos»
¿Volverá a ser lo que fue?
«¿Por qué no? entonces ya llegamos»
Imagen: Diario de Triatlón
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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Galego mindoniense
13 de octubre, 2022 En 16:21
¿Qué fue que tomaron los del Euskaltel-Euskadi para haber sido capaces de seguirles el ritmo a los mejores ciclistas de la EPOca 🤔?