La llegada a Moncalvillo fue uno de los grandes momentos de la Vuelta
Cuando Roglic cruzó la meta de Moncalvillo, inédito en la Vuelta, dijimos…
No creo que el Roglic haya llegado a este punto para renunciar a la Vuelta a la que apunta nuevamente, ni que rompa sus principios y distancias para poner en aprietos a Carapaz.
El duelo Roglic-Carapaz de Moncalvillo es de antología, poesía ciclista en luz otoñal por una montaña confinada para todos, salvo para los ciclistas.
Ese mano a mano se verá estos días y sólo la crono de Ézaro lo puede romper y sólo a favor del esloveno, por eso Richard Carapaz tiene que sacar cartas nuevas en Asturias, no esperar al final y confiar que el tiempo enfríe lo suficiente para mojar la pólvora de su rival como en Formiga.
A diferencia del Giro 2019, esta vez Roglic ve venir al ecuatoriano.
En la Vuelta de otoño que guardaremos en la retina, los colores alcanzaron su máxima expresión en la cima riojana que estrenó el Chava.
Veníamos de un mano a mano corto pero intenso, antológico entre el esloveno y Carapaz, un pulso de iguales que decidió Roglic, enjuto en verde para estrechar las distancias que el caos de lluvia y frío de Formigal había generado.
Roglic atacó más de lo que acostumbra, no fue un «pancartazo», expresión que con lo de «fumarse la etapa» se ha adueñado de muchos juicios de este ciclismo que nos ha tocado en suerte.
Carapaz entró al trapo y se dieron hasta en el carnet, hasta que el esloveno, rehecho admirablemente del palo del Tour, marcó puso tierra de por medio.
Moncalvillo fue el descubrimiento de la Vuelta, la llegada de Roglic iluminado por el sol de tarde, el verde de su maillot, los claroscuros que marcaban su rostro, el fondo, una acuarela, una de las muchas que nos dio la edición más singular de la carrera
Imagen: FB de La Vuelta
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