La inclusión de tierra entre París y Tours abre el debate de a dónde va el ciclismo de carretera
Puedo entender, aunque sea remotamente, la problemática en la que se encuentran algunos organizadores de ciclismo de carretera.
Tener un evento tipo París-Tours, como cualquier otro, desde la primera semana del Tour a la Milán-San Remo, y sentir que no estás ofreciendo lo que la gente quiere.
Desde que alguien en Italia tuviera la genial idea de destapar los caminos blancos de la Toscana…
Desde que alguien escribiera un artículo de Tro Bro Leon y sus sendas bretonas…
Desde que el ciclismo moderno se reconoció en sendas de ciclismo prehistórico, desde ese momento, ciertas carreras tenían la espada sobre su cabeza.
La París-Tours era una de ellas.

Y claro, la inclusión de tierra, por caminos de viñas en la gran clásica del otoño francés ha dividido los corredores, técnicos y no sé si aficionados, porque al final lo que nosotros queremos es pasar un buen rato mirando la tele.
Otra cosa es si resulta recomendable abusar de la fórmula.
Si toda innovación pasa por poner tierra en carreras de ciclismo de carretera, o buscar sendas diferentes a las normales, mal vamos.
La Vuelta dispuso mil cuestas de cabras hasta que moduló el recorrido.
Quizá el ciclismo debería hacer lo mismo.
Que la solución para hacer más atractiva una clásica que era preciosa de por sí sean caminos vecinales entre viñedos puede valer una vez.
Integrarlos en el recorrido, como algo fijo, es traicionar la esencia de una carrera centenaria.
Y de paso discriminar las posibilidades de una parte del pelotón, los velocistas.
Si la innovación pasa por sacar punta a recorrido, buscar enclaves que hagan selección, que rompan el grupo, que aprieten a los favoritos.
Bienvenida sea.
Y no es sencillo, la parroquia aplaude los cambios, e incluso el gremio de la bicicleta se frota las manos con las ventas de gravel.
Pero si el ciclismo no se reconoce en el espejo, no sé si el negocio será duradero.
Imagen: FB de Team Sunweb