El segundo año de Miguel Indurain en el profesionalismo fue el primero entero. Las progresivas mejoras que se introducen en el plan del gigante ciclista vecino de Pamplona empiezan a dar sus frutos, de forma paulatina, sin prisas, como a sabiendas de que en ese cuerpazo se escondía un campeón en ciernes que pedía tiempo, trayecto y margen.
Así otra vez, como llamado por el timbre del destino, Miguel triunfa en el Tour del Porvenir. Es curioso, Francia se le dio bien, casi desde el minuto cero y otra vez en los contrafuertes de los Pirineos, entre Tarbes y Pau, ganando una crono de 30 kilómetros con otros tantos segundos sobre Jeff Bernard. Si la historia es cíclica, este navarro estaba demostrando desde bien pronto que esta acepción era cierta. Antes por eso Miguel ya escribía renglones de historia que más treinta años después siguen vigentes en los libros.
Debutó en una grande, en la Vuelta a España del mes de abril y al segundo día vistió el maillot amarillo. Premonitorio cuanto menos, su apego al color, y paradójico porque no volvería a ser líder de la Vuelta en los doce años que le quedaban en el ciclismo. En el Obradoiro santiagués Miguel Indurain se convirtió con veinte años y medio en el líder más joven de la carrera. Lo fue cuatro días y cedió la prenda a Perico en Los Lagos de Covandoga. Aquella fue la famosa Vuelta de Perico, Millar y las nieblas de Navacerrada.
La temporada había empezado bien, como de forma premonitoria siendo segundo en el podio de la Ruta del Sol, sólo adelantado por el alemán Ron Golz. Miguel emergía en una plantilla que presentaba un plantel experimentado con Eduardo Chozas, Enrique Aja, Iñaki Gastón y José Luis Laguía.
Tambien estaba en ese Reynolds Julián Gorospe, el chaval que supo de primeras como se las gastaba un tal Hinault por las sierras de Ávila. Al tejón lo pudo ver en directo en el Tour, el Tour de su debut, el Tour que pasaría a ser el quinto en la vitrina del bretón. Indurain abandonó en la cuarta etapa, en la senda de Roubaix, pero ya había puesto el pie en la más grande, la carrera que prendaría sus deseos y motivaría sus desvelos. Un amor, invisible a todos, había nacido.
Por cierto, no os perdáis los vaticinios de Bahamontes sobre Indurain en la previa a la subida a Los Lagos…
Imagen tomada de Movistar Team
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