Tony Gallopin se maneja bien en los finales que la marca Vuelta busca potenciar
Cuando la Vuelta a España era en abril, era otro historia.
Paisajes empañados por la primavera azarosa, pesados días de lluvia e incluso frío.
Entorno verde, explosión natural.
Carrera eminentemente doméstica, entrañable, con acento internacional contenido.
Ahora la carrera es ocre, el cielo azul, casi siempre azul, paisaje abrasado del verano, en la prórroga del mismo.
El paisaje es seco áspero, emplomado por un sol que cae vertical, con furia, una luz que es terrible para la televisión, para su estética.
Gallopin en Cazorla
Así lo hemos visto en una final de etapa de esos que te dejan impresionado por las penalidades que tiene que pasar esta gente, final, alambicada, en equilibrio casi imposible.
Asfaltos rugosos, curvas con grava, peraltadas, carreteritas de esas contra las que Laurent Fignon se despachaba en los ochenta.
«España, ese país del tercer mundo» apostilaba.
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Pues sobre ese terreno, la Vuelta quiere construir la nueva marca.
La marca de llegadas locas, caóticas, que premien el ingenio y nublen los pinganillos.
Llegadas de doble filo.
Excelentes para el espectador, entretenidas, que se corren como si no hubiera etapa mañana.
Etapas que premian gente como Tony Gallopin, perfecto en forma y momento.
Un ataque, uno y triunfo de etapa.
Tony Gallopin es un ciclista que nos gusta llamar «de culto», poco pero buenísimo, exquisito.
Como el ataque que ciega la ilusión de Jesús Herrada, muchos tiros al poste, aunque no debe desistir, como su compañero Nacer Bouhanni.
Otra cosa es la peligrosidad del terreno, a todas luces una trampa que ni siquiera hoy, en este ciclismo moderno es sencillo describir por mucho que se envíen auxiliares por adelantado para informar.
El tramo final era un reporte continuo de caídas, una, otra, otra, y en el carrusel de la mala suerte, Michal Kwiatkowski se llevó el peor trozo.
Esto es así, un día unos, Keldermann y Pinot y otro, el polaco.
Siete etapas, siete ganadores, siete equipos, nada claro, todo en el aire.
De todas formas es complicado seguir mínimamente la carrera con continuas tomas de helicóptero, cada vez más lejans, y contraluces y narradores pisándose en una quiniela de nombres.

Si verlo en la tele resulta caótico, no quiero imaginar a pie de campo.