Ciclismo antiguo
La Itzulia nació con unos hermanos maleducados
El nacimiento de la Itzulia fue gracias a un periódico que sería el revulsivo del ciclismo español
Siempre me ha gustado más su nombre en euskera para mencionar a la Vuelta al País Vasco: la Itzulia.
Su sonoridad, la belleza de su pronunciación, nos evoca a una carrera mítica y épica, dura y muy exigente, dulce y excitante y, sobre todo, histórica, entrando con modestia, despacio y en silencio, sin ni siquiera imaginarse la importancia que tendría con el paso del tiempo.
Para ver el nacimiento de esta nueva carrera nos hemos de trasladar en el tiempo hasta el año 1924.
Estamos en Bilbao, una ciudad que ya cuenta con 130 mil habitantes, ya que la población ha experimentado un gran crecimiento demográfico gracias a su desarrollo económico e industrial.
También es época de movimientos sociales, obreros, republicanismo y de nacionalismo vasco, el que se respira en el ambiente de “chiquiteo” que reina en sus calles jalonadas de numerosas tascas.
Los bilbaínos disfrutan de ocho diarios de información general, pero el 31 de marzo de aquel mismo año nace el primero especializado en deportes que se publica ya no sólo en el País Vasco sino en toda España: sale a la luz el periódico Excelsior.
Su director, Jacinto Miquelarena enseguida se rodea de jóvenes y excelentes periodistas que le dan nuevos bríos a la información deportiva.
Su tirada inicial fue de 20 mil ejemplares, pero siguiendo los pasos de l’Auto y La Gazzetta dello Sport, organizadores de Tour y Giro respectivamente, deciden crear una carrera ciclista por etapas para potenciar las ventas del periódico.
Con la organización de aquella primera Vuelta al País Vasco su tirada ya ascendió a 60 mil ejemplares.
Guadarrama, 18 de mayos, dos rutas…
De esta manera, la Itzulia, da sus primeras pedaladas el 7 de agosto de 1924 con la presencia de 38 ciclistas en primera línea de combate.
El recorrido consta de tres etapas para un total de 623 kilómetros y con una participación de lujo, gracias en gran parte a la feliz idea que tiene la organización de solicitar ayuda a Desgrange, el patrón del Tour, que hace gestiones para que los mejores corredores del panorama internacional se den cita en la línea de salida, entre ellos muchos ciclistas franceses que corren en la casa Automoto.
Pero no todos ellos lo hacen de buena gana.
Los hermanos Pélissier, de fuerte y exigente carácter, se presentan en Bilbao con disgusto por tener que venir forzados a correr una prueba en la que no les apetecía para nada participar.
De este modo, están a punto de liarla parda durante el acto de presentación.
Lo sucedido nos lo explica La Gaceta del Norte:
“uno de estos famosos corredores dijo que sentía verdadero desprecio por esta prueba, a la que venían obligados por la casa Automoto, pues de no ser así no hubieran venido a correr a España. Estas manifestaciones causaron en los presentes la impresión poco grata que es de suponer. Pero este gesto despreciativo fue coronado por Francis Pélissier al recibir el dorsal que le correspondía, llevándoselo a la nariz, como para sonarse en el mismo. Gracias a la prudencia extremada de los socios del Club Deportivo que escucharon aquellas palabras y presenciaron la fea acción de Pélissier, no se produjo ningún incidente”
Por suerte para ellos, el comportamiento tan poco elegante que muestran desmontados de sus bicicletas queda eclipsado por el excelente nivel que brindan en carrera, con toda una exhibición ya desde la primera etapa, cuando precisamente Francis Pélissier entra en la meta de Pamplona con un cuarto de hora de ventaja sobre el pelotón que llevaba enfilado su hermano Henri.
Al día siguiente, camino de San Sebastián, se invierten los papeles y Henri se lleva la victoria en la segunda etapa.
Los dos hermanos se estaban repartiendo todo el botín de la Itzulia.
Después de la jornada de descanso, se disputa la tercera etapa entre San Sebastián y Bilbao, aunque esta vez la victoria se les escapa a los hermanos en detrimento de otro francés: Simon Tequi.
La general queda copada en sus seis primeras posiciones por otros tantos corredores franceses, formando el podio Francis, Henri y Lacquehai.
El catalán Teodoro Monteys fue séptimo y el mejor español.
Los héroes locales, Txomin Gutiérrez y Barruetabaña, lograban unos meritorios 12º y 13º puesto, respectivamente.
Los hermanos Pèlissier habían ganado aquella primera edición de la Itzulia, pero habían demostrado ser unos señores muy maleducados.
Ya venían precedidos de esta mala fama, de contestatarios natos, y sus exigencias eran la de ser tratados como deportistas de élite y no como ciclistas del montón.
Si bien, todo hay que decirlo, la clase que atesoraban, unido a sus arranques de sinceridad, sus innovaciones en la preparación física y entrenamiento, añadida a una innegable elegancia, dieron otro aire bien distinto a la imagen del ciclismo a principio de los años 20.
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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