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Ciclismo antiguo

Las seis «espada» de Miguel Indurain

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Estas son las historias de las «Espada», la icónica bicicleta de Miguel Indurain

Ésta es la historia de la «Espada», la maravilla que un día idearon para Miguel Indurain volara en el récord de la hora y quedó para siempre…

En el podio de Burdeos de la antepenúltima etapa del Tour de 1993, un joven británico llamado Chris Boardman, es invitado a subir a saludar al maillot amarillo, Miguel Induráin, ya con síntomas de un proceso gripal, que está a las puertas de conquistar su tercera corona consecutiva en la ronda francesa.

El joven británico acaba de batir el récord mundial de la hora en el Stadium de Bordeaux Lac, el velódromo situado entre el río Garona y un gran lago al norte de la capital de los viñedos, dejando la marca en los 52,270 kilómetros.

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Esa misma tarde, en el TGV que conduce a la caravana del Tour a las puertas de París para afrontar la última contrarreloj, aquella en la que un Induráin ya enfermo, claudicó por primera vez desde 1991 en una crono del Tour ante un pletórico Tony Rominger, José Miguel Echávarri, sentado al lado de su corredor, le explica, a través de un ejemplar de l’Équipe que cuenta la hazaña de Boardman, los intríngulis del Récord de la Hora: la postura, la bicicleta, la cuerda del velódromo, la aerodinámica, el seguir la línea negra, la mitología de una prueba presente en el palmarés de los más grandes…

Induráin observa y escucha con atención a su director de siempre.

Piensa, levanta la cabeza y la gira con una mirada perdida por la ventana hacia las Landas francesas, quizás soñando en alcanzar algún día ese hito para satisfacer una ilusión que su director tuvo desde que le conoció, cuando era un corredor más percherón y no se vislumbraban límites a su potencial físico.

Si Moser ha batido el récord, Miguel lo batirá algún día”, predijo Echávarri en 1985.

Un año después, tras dar la vuelta de honor a los Campos Elíseos por cuarta vez consecutiva, el tetracampeón se ve con fuerzas para intentarlo: “Oye, que si hay que hacer el récord, yo lo hago con la forma del Tour ¿eh? Yo no me preparo otra vez”, le dice a Echávarri que el primero de agosto de hace 26 años sale escopeteado en coche hacia Treviso con su mecánico Enrique Sanz, para que Giovanni Pinarello y su primogénito Fausto, terminen de diseñar y fabricar la bicicleta con la que Induráin tendría que intentar batir el récord, después de haber realizado alguna prueba aerodinámica en el túnel del viento a comienzos de esa temporada.

Empieza así un mes frenético de pruebas, ajustes, comprobaciones, selección de materiales, gestión logística, viajes de Pamplona a Treviso, de Treviso a Alessandria –al laboratorio en que se ensamblan los chasis de los coches Bugatti y donde nace la montura final–, de Treviso a Orcoyen, de Orcoyen a Tafalla –donde Induráin prueba el prototipo final en el velódromo navarro dando su visto bueno–, para que la nueva bicicleta, a la que llaman “Espada”, esté a punto con el tiempo justo de realizar algunos tests de adaptación sobre la madera de Camerún del velódromo de Burdeos.

La bicicleta, que si bien no fue muy revolucionaria –en los JJOO de Barcelona dos años antes el propio Boardman utilizó un diseño muy parecido–, es el emblema del acontecimiento deportivo del año 94 en España.

Induráin está a la altura y bate el récord de la hora el 2 de septiembre en Burdeos, un cuarto de siglo largo ya de tal gesta, alcanzando los 53,040 kilómetros en una hora, con apenas dos semanas de adaptación a la pista.

 

Un año después, en Bogotá, y tras los inolvidables campeonatos del mundo de Colombia, lo vuelve a intentar sin éxito en altitud, encima de una nueva versión de la “Espada” que se renombra como “Espada IV”.

Tanto en 1995 como en 1996, Pinarello adapta el cuadro a la carretera para que Induráin, seguramente muy a su pesar, pues siempre ha rendido mucho mejor con bicicletas más convencionales, la utilice en las contrarrelojes como un incomparable escaparate comercial.

Justo en estos días de hace 25 años nació la “Espada” convirtiéndose en un símbolo de la historia de Induráin.

Pero, ¿cuántas “Espadas” hizo Pinarello?

¿Dónde descansan esos cuadros diseñados por ingenieros de Lamborghini y hechos cada uno con dos capas de carbono unidas con nido de abeja y cola?

Pinarello construyó seis “Espadas”.

La primera es con la que Induráin batió el récord en Burdeos en 1994 justo hace 25 años.

Esta bicicleta se encuentra en la sede de Pinarello en Treviso, y se suele utilizar en eventos o exposiciones de ciclismo o de la propia marca a nivel internacional.

Antes, durante años, estuvo presidiendo la histórica tienda y primer taller de Pinarello en el casco antiguo de Treviso, donde el legendario y entrañable Giovanni Pinarello, ya aquejado por el alzheimer, hacía su visita diaria a la tienda mientras contemplaba su “Espada” como tratando de desafiar a esta cruel enfermedad.

La bicicleta conserva el sillín que se utilizó y el manillar con tres tubos de aluminio que Enrique Sanz construyó cuando Induráin descartó el inicial de carbono, espectacular, en forma de ala delta de Italmanubri.

El precioso plato Campagnolo fue reemplazado con los años por uno convencional, las ruedas sustituidas por las de repuesto ya que las que se utilizaron en Burdeos se repintaron y montaron en la nueva “Espada” del intento de Colombia un año después, y los pedales Time blancos se cambiaron por los famosos Time equipe pro magnesium de color rojo de 1997.

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La segunda “Espada” que se fabricó fue la de repuesto tanto del récord de 1994 como del intento de 1995.

Para el asalto colombiano se repintó el cuadro con el nuevo diseño y se vistió con todos los componentes actualizados, tal cual se conservan en la actualidad.

Esta “Espada”, que nunca fue utilizada por Induráin, se ubica en la sede de Pinarello España en Noaín, exhibiéndose en diferentes eventos en España, como en la marcha cicloturista del pentacampeón navarro que se celebra cada julio.

La tercera “Espada” es la que, en 1995, Pinarello adaptó para su uso en carretera.

La geometría es casi idéntica de la del récord del 94 con alguna diferencia significativa como el acabado afilado de la parte superior trasera del cuadro.

Con esta bicicleta Induráin disputó varias cronos en 1995, testeando diferentes manillares y posturas: en la Midi Libre, en el Dauphiné Liberé, donde se impuso en la crono de Tain-Hermitage, o en la contrarreloj de Seraing del quinto Tour donde ganó por escasos 12 segundos.

Siempre se le vio incómodo sobre ella pareciendo limitar su potencial físico.

Esa bicicleta, tal cual la empleó en la crono de Seraing, con la rueda Campagnolo Shamal delantera blanca, el mismo manillar que acabó siendo una tortura en aquella crono, la misma rueda lenticular Campagnolo Ghibli con el logo de Banesto, el sillín Pro Team 95 de Selle Italia negro y gris y el resto de componentes (excepto los pedales Time equipe pro magnesium que fueron reemplazados por unos rojos del mismo modelo), descansa en la factoría de Pinarello en Treviso.

La cuarta “Espada” fue la suplente para las cronos de las temporadas de 1995 y 1996, y se expone en el museo olímpico de Barcelona, con los componentes empleados en 1996, incluido el nuevo manillar Italmanubri.

La quinta “Espada” también llamada “Espada IV” es la utilizada por Induráin en la cuerda de cemento del velódromo Luis Carlos Galán de Bogotá en el intento en altitud que fracasó a la media hora por tantos motivos.

Supone una evolución de la primera en cuanto al manillar, horquilla y tirante trasero más aerodinámico.

Salvo los pedales (los grises del intento se reemplazaron por los blancos Time equipe pro magnesium), es la misma empleada por Induráin durante aquella fría madrugada de octubre, y está en las oficinas centrales de Pinarello en Treviso.

Las ruedas de esta bicicleta son las mismas que Induráin utilizó en Burdeos pero con otros colores.

Y la sexta “Espada”, con la que Induráin ganó varias cronos en 1996: Vuelta Aragón, Bicicleta Vasca, Dauphiné Libéré, así como con la que disputó el prólogo y la penúltima etapa del Tour de 1996, es una bicicleta que hasta 2017 el navarro tenía en Pamplona, cerca de su domicilio, en una bajera, su santuario personal e intransferible, en donde conserva, además de maillots y otros recuerdos almacenados discretamente en cajas, todas las bicicletas (de ruta y de contrarreloj) de sus Tours y Giros victoriosos debidamente colgadas y marcadas por él mismo con un rotulador en la parte baja de cada cuadro, para saber en qué carrera las utilizó.

 

Actualmente la sexta “Espada” se puede contemplar en el Rafa Nadal Museum Xperience, en Manacor, tal cual la utilizó (excepto la rueda Campagnolo Shamal delantera, reemplazada por un modelo Shamal de 1993) en la última contrarreloj que disputó en el Tour entre Burdeos y Saint-Émilion, de nuevo rodeado de viñedos, y en donde fue segundo, con un manillar mucho más ergonómico con el que podía aprovechar mejor toda su potencia.

Por Carlos Tigero, autor del libro «La Estela de Miguel«

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4 Comentarios

4 Comments

  1. Vicente Díez

    15 de noviembre, 2020 En 7:03

    Cuando consiguió el Récord de la Hora (1994), algo me decía interiormente que no le duraría mucho tiempo. Y así fue, pues Miguel no era un pistard experto, sino una potencia pedaleante. Unos 50 días después, su máximo rival, Toni Rominger le superó en el Récord, tras innumerables veces en que el Navarro superó al suizo en las cronos de la carretera.

    • Iban Vega

      15 de noviembre, 2020 En 10:42

      fue un récord que le hizo salir en los libros, que creo era el objetivo, pero el registro estaba claro que muchos lo esperaban más alto

  2. Javi

    15 de noviembre, 2020 En 14:25

    Hace un tiempo vi que se subastaba una bici espada, la cual se podía comprar directamente por un importe de 100.000€ en ebay. ¿Se trata de un modelo original?

  3. David

    30 de junio, 2021 En 20:44

    https://www.facebook.com/groups/221541257860606/posts/1557048500976535

    para completar la historia que no se cuenta
    P.D. la foto del prototipo que salió en el Marca, la hice yo personalmente y me la han cogido de mi post de facebook

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Ciclismo antiguo

Amstel Gold Race by Jan Raas

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Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas

Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».

Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.

Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.

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Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz 

Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.

Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.

Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.

Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.

Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.

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Éste era Jan Raas

Integraron con él el Ti Raleigh, Gerrie Knetemann, Henk Lubberding y un ciclista de apellido impronunciable, Bert Oosterbosch, quien posiblemente alimente parte del exorcismo presente que mantienen en Países Bajos frente al dopaje.
El de Eindhoven pudo ser por edad y ciclo competitivo uno de los pioneros en el uso de EPO.
Hay opiniones encontradas, pero lo que es constatable es que fue encontrado muerto por paro cardiaco a la edad de 42 años.
Con el tiempo Raas sería mentor de otro gran equipo holandés, la Buckler, ese bloque de los noventa compuesto por tremendos gigantones, el origen del actual Jumbo.

En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo

Abrió por entonces el mejor periodo jamás logrado a título individual en la fiesta ciclista nacional y holandesa.
En sus orígenes, la Amstel debió partir de Amsterdam para acabar en la zona del Limburgo, lo que viene a ser la única montaña del plano estado bañado por el mar del Norte.
Las primeras salidas se tuvieron que ir finalmente a Breda, donde la rendición.
Mucho más joven que sus coetáneas valonas, la Amstel nació en 1967 si bien antes su creador, Herman Krott, logró que la empresa cervecera patrocinara un equipo amateur.
La Amstel surgió en cierto modo como culminación a los muchos critériums que poblaban el calendario nacional.
Eran muchos pero casi sin entidad.
Los Países Bajos que tan buenísimos ciclistas tenían necesitaban un acontecimiento de primer orden.
Si Limburgo es su hábitat, el Cauberg, su faro.
Raas tiene aquí su lugar fetiche, pues al margen de ser campeón del mundo, encadenó cuatro éxitos aunque alguno embarrado en la polémica como en un raro transitar de los coches de carrera que le acabó por beneficiar frente a Francesco Moser en 1979.
El ciclo de Raas lo interrumpió Bernard Hinault, cuando lo relegó a la quinta plaza una vez batió a De Vlaeminck.
Al siguiente Raas volvería a ganar.
Cinco veces campeón, el fenomenal ciclista tulipán es destacadísimo recordman de esta carrera pues lejos se ubican Knetemann, Merckx y Jaermann, dos veces ganadores, y Gilbert, con triple corona cervecera

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El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…

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1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain

No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.

Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.

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Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.

Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.

Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.

De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.

Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.

Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.

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Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.

Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.

Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.

Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.

El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.

Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.

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Francesco Moser, “signore Roubaix”

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En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial

La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.

Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.

Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.

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De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.

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Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.

Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.

En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.

Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.

Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.

En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.

En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.

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La París-Roubaix siempre fue así

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En la París-Roubaix nadie toca el recorrido, ni el kilometraje

El Domingo, la Pascale, la París-Roubaix, la llamada reina de las clásicas.

Viéndola cada año, venimos a lo que hemos dicho tantas veces sobre las clásicas como reducto del ciclismo de toda la vida, ese que se mantiene intacto ante las moderneces que tantos disgustos nos significan a veces.

Los nombres, los recorridos, los grandes tramos, los kilómetros… eso no se toca.

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Como hemos dicho, la París-Roubaix es la “dura entre las duras”, el “Infierno del Norte”, la “Pascale”… apelativos, pseudónimos, coletillas no le faltan.

Otros le llaman la “Reina de las clásicas”. París-Roubaix, una carrera que sale, curioso, de Compiegne, como de Chartres sale la París-Tours. Sea como fuere es la carrera más singular de la temporada, un día que no deja indiferente, lo amas o lo odias, no hay discreción, no consenso, ni equidistancia.

Dicen que fueron dos empresarios del ramo textil quienes montaron la travesía desde la capital al norte de país, a la gris y fabril Roubaix, un enclave que pareció surgido del infierno, en el que tuvieron la curiosa idea de crear un velódromo. En 1896 el alemán Joseph Fischer fue el primer ganador en el infierno. Cien años después Lefevere se lo pasó como un crio eligiendo el orden del podio de la edición del centenario, primero Museeuw, luego Bortolami y Taffi en la parte baja del podio.

Sea como fuere la obsesión por conservar su singularidad ha sido una constante en la historia de la París-Roubaix. La irrupción del automóvil a mediados del siglo pasado fue un síntoma de evolución para Francia, pero una velada amenaza para la carrera y sus infumables sendas adoquinadas.

La París-Roubaix está jodida, es historia

Es una catástrofe, sin pavé no habrá selección, la carrera será como las otras. Tenemos que ir al norte y mirar nuevos caminos, nuevos pavés

Un día de 1967, entró chillando Albert Bouvet en el despacho de Jacques Goddet, mandamás del Tour, y por ende de la París-Roubaix, el tipo que vestía como un explorador mientras coordinaba la caravana de la mejor carrera. Asustados por el desenlace de esa edición que gana Rik Van Looy en un sprint de diez ciclistas, inédito, cogen los bártulos y se van al norte para preservar el tarro de las esencias de su Roubaix. No puede ser que lleguen diez a Roubaix.

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Mientras más involución mejor, la carrera va al revés del mundo y suena la flauta. El excampeón del mundo, Jean Stablinsky habla de la mina en la que ejerció antes de ser ciclista legendario. Habla de Arenberg, de una recta adoquinada, descarnada, un lugar para los sueños, como los duendes, por medio de árboles en un denso bosque por donde el sol asoma a duras penas.

Y Arenberg obra el milagro, Roubaix vuelve años atrás, a la anarquía, a la locura. Merckx es el primer en ganar con el bosque en la ruta. “Dos así no lo aguantamos” dicen los corredores al llegar.

Se produce una brecha, una division de opiniones entre los contendientes, unos detestan, odian Roubaix, “carrera de mierda” dice Hinault, otros la aman profundamente, entre ellos Duclos, el viejo, Lasalle, que ganaría muchos años después hasta dos veces la carrera, la prueba por la que se hizo ciclista, por la que muchos suspiraron el día que decidieron ser diablos en el infierno.

Por cierto que dicen que el pavé anda remojado y algo enfangado para el domingo, como en las mejores ocasiones, dicen..

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